Artículo Vol. 1, n.º 13, 2021

Breve alcance histórico de la epistemología: desde la Grecia clásica al idealismo alemán

Autor(es)

Francisco Díaz Céspedes

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Sobre los autores

RESUMEN

El presente artículo propone contextualizar los avances epistemológicos desde la Grecia clásica hasta el Idealismo alemán, mediante una descripción general e histórica de los investigadores e investigadoras que aportaron exhaustivamente al conocimiento universal. Asimismo, se teoriza acerca de la idea de que en la línea temporal del desarrollo epistémico existen dos principios epistemológicos –Realismo Ingenuo y Realismo Interpretativo– que categorizaron las bases del entendimiento humano.

ABSTRACT

This article proposes to contextualize the epistemological advances, from classical Greece to German Idealism, through a general and historical description of the researchers who comprehensively contributed to universal knowledge. Likewise, it is theorized that in the time line of epistemic development, there are two epistemological principles (Naive Realism and Interpretive Realism) that categorized the bases of human understanding.

 

INTRODUCCIÓN

Desde la definición clásica, la epistemología es entendida como “el nombre que le damos actualmente a la disciplina que se ocupa del conocimiento” (Najmanovich y Lucano, 2008, p. 3.). Aunque una explicación más específica la delimitaría el célebre epistemólogo argentino Mario Bunge: “La epistemología, o filosofía de la ciencia, es la rama de la filosofía que estudia la investigación científica y su producto, el conocimiento científico” (2004, p. 21.). Dicho conocimiento se ha constituido mediante diversos procesos históricos, en diferentes épocas y localidades del planeta, lo cual a nuestro presente aún continuamos contribuyendo con innumerables estudios en las distintas áreas del saber. No obstante, es de gran responsabilidad de los y las intelectuales consolidar a la epistemología como una opción, más que necesaria, para legitimar y distinguir las veracidades de las falsedades que la propia humanidad analiza, interpreta, teoriza y verifica las múltiples estructuras que componen los fenómenos naturales y sociales.

Una apertura temporal, desde la Grecia clásica hasta el Idealismo alemán, permite establecer al menos dos de los tres principios básicos de la epistemología (Pozo y Gómez, 2018):

(i) Realismo ingenuo: La realidad es tal como la vemos. Lo que no se percibe no se concibe; y el (ii) Realismo Interpretativo: La realidad existe y tiene sus propiedades, aunque no siempre podamos conocerla directamente, pero mediante la ciencia y la técnica podemos saber cómo es realmente (p. 154).

En efecto, estos principios epistemológicos son parte de la contribución histórica que han efectuado filósofos y científicos en los singulares campos de estudio teórico-práctico, en este caso, la ciencia y la filosofía, y por extensión a la historia política, social y cultural que la humanidad ha estructurado en los hitos más significativos y que han trascendido en el tiempo y el espacio, heredando la máxima del desarrollo cognitivo y técnico, cuyo propósito es profundizar y perfeccionar aún más la transformación de la conciencia humana y, por ende, la creación de múltiples realidades posibles a partir de la universalización del conocimiento.

 

1er PRINCIPIO EPISTEMOLÓGICO: REALISMO INGENUO

Es posible interpretar que el primer principio epistemológico se originó desde las primeras investigaciones de la Grecia clásica hasta los experimentos de Galileo Galilei. Resaltamos la labor de hombres (Torretti, 1971) y mujeres (Díaz, 2018) de este magno periodo, quienes explicaron la realidad tal cual como la vemos: los milesios, Heráclito de Efeso, Parménides de Eclea, Empédocles de Agrigento, Anaxágoras de Clazomene, los Atomistas de Leucipo y Demócrito, Pitagóricos del siglo V a. C., Platón, Aristóteles, los estoicos, Agnódice de Atenas, Agamede, Artemisia II reina de Caria, Phanostrate, Pitias de Aso, Aganice de Tesalia, Olimpia de Tebas, Salpe, Sotira, Lais, Metrodora, Origenia, Eugerasia, Margareta, Aspasia, Hipatia de Alejandría, entre otras. En lo que acontece a la edad antigua, según el dr. Mariano Gacto Fernández (2018):

La ciencia antigua creía en el poder supremo de la razón para resolver todos los problemas sin necesidad de experimentos y su influjo duró dos milenios […]. Experimentar no estaba en el espíritu de esa época, que ignoraba la verdadera relación entre la vida humana y la naturaleza. El supuesto esplendor de los tiempos antiguos solo era aplicable a clases privilegiadas, pero no a las condiciones de vida del hombre ordinario” (p. 1).

En lo que refiere a la edad medieval, destacan los intelectuales (Fina, 1973): San Agustín, Boecio, Pseudo-Dionisio Areopagita, San Isidoro de Sevilla, Beda el Venerable, San Juan Damasceno, Juan Escoto Eriúgena, San Anselmo de Cantorbery, Pedro Abelardo, Roberto Grosseteste, Rogerio Bacon, Tomás de York, Alejandro de Hales, Juan de Rupella, San Buenaventura, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, Juan Duns Escoto, Raimundo Lulio, Juan Eckhart, Guillermo de Ockham (Delius y otros, 2000) y Nicolas de Cusa; y las investigadoras (Díaz, 2018): Hildegarda de Bingen, Alessandra Giliani, Oliva Sabuco de Nantes Barrera, Marie de Maupeou Fouquet, entre otras. En lo que acaece al medioevo, parafraseando al dr. César Tejedor Campomanes, la filosofía medieval es la de la relación entre la razón y la fe, lo cual es posible encontrar una síntesis que hiciera de la fe un obsequio razonable. Por otra parte, los medievales son antes teólogos que filósofos, pero aportaron el concepto de ley, y durante el siglo XIV establecieron las primeras bases del nominalismo. Sin embargo, la relación entre razón y fe se quebrantó con los últimos escolásticos y, por ende, la filosofía conquistaría su autonomía frente a la revelación y la teología (Tejedor, 2017). Asimismo, la contribución de construcciones de catedrales, la primacía filosófica de la escolástica y la difusión de las ideas de Aristóteles, la creación de universidades, las enseñanzas categóricas del trivium y del quadrivium, la influencia de los árabes para la traducción de los clásicos de la antigüedad (Los Elementos de Euclides, la Física de Aristóteles y el Almagesto de Ptolomeo, entre otros), y la introducción de artefactos como la brújula o el molino (Saldivia, 2014) denotan, probablemente, al nominalismo y a la valoración de la experiencia como único conocimiento. Más tarde, la crítica a los estudios físicos de Aristóteles suscitó la renovación científica que abrió paso a la ciencia renacentista.

El Hombre Universal (Da Vinci, 2012) escribiría que:

La experiencia, intérprete entre la artificiosa naturaleza y la especie humana, nos enseña que las operaciones de esa naturaleza entre los mortales, por necesidad obligada, porque de otro modo no se puede obrar, están guiadas por la razón, su timón (p. 156).

En palabras del epistemólogo germano Johannes Hessen, dicho argumento se sustenta como la fuente idónea del conocimiento, lo cual es lógicamente necesario y universalmente válido (Hessen, 1965) para cada una de las explicaciones y formulaciones teóricas que realizaron hombres y mujeres del periodo renacentista, tales como: Galileo Galilei, René Descartes, M. Benedicto de Spinoza, Caterina Sforza, Sophie Brahe, entre otros y otras. Por supuesto los investigadores que mayormente incidieron en los espacios académicos, resaltan las obras de Galilei y Descartes. El toscano emplearía el método experimental (Díaz, 2016): primeramente observaba un fenómeno y luego hacía una suposición o hipótesis. Luego realizaba experimentos, con la finalidad de demostrar la validez o el error de su hipótesis. Mientras que el francés, “no realiza solo una importante aportación a las matemáticas, si no que las toma como modelo metodológico, revoca unilateralmente la alianza establecida por Bacon entre racionalismo y empirismo y funda el racionalismo moderno” (Hoffe, 2003, p. 173.). Ambos modelos epistemológicos, independiente de sus líneas de estudio, fomentaron las ideas, criterios, supuestos y nuevos descubrimientos científicos que, lentamente, fueron transformando la cosmovisión desde teocentrismo y geocentrismo hacia antropocentrismo y heliocentrismo. De esta forma, el filósofo Blaise Pascal manifestó que: “El último paso de la razón es reconocer que hay una infinidad de cosas que la superan; es flaca si no llega hasta conocer esto. Si las cosas naturales sobrepasan a la razón, ¿qué será de las sobrenaturales?” (1988, p. 38). La superación que nos expresa Pascal supeditó a un cambio de paradigma en cómo alcanzamos el conocimiento (Saldivia y Díaz, 2020), tal como las obras de Dante Alighieri, Francesco Petrarca, Giovanni Boccaccio, Giovanni Pico della Mirandola, Erasmo de Róterdam, Martín Lutero y Michel de Montaigne en lo religioso, las virtudes y las pasiones humanas; las formulaciones divisorias de Tomás Moro y de Nicolás Maquiavelo, entre qué es político y qué es teológico; la integración y el desarrollo de las magnas habilidades artísticas de Shakespeare, Cervantes, Buonarroti, Bramante, Donatello, Da Vinci, Rafael Sanzio, Catharina van Hemessen, Properzia de ´Rossi, Irene di Spilimbergo, Fede Galizia, Sofonisba Anguissola, entre otros y otras; y las influencias teórico-prácticas del mercantilismo expuestas por Gerard de Malynes, Edward Misselden, Thomas Mun, Jean-Baptiste Colbert y otros.

Empero, los postulados del racionalista René Descartes (2009) –quien complementaría y enfatizaría el pensar humano entre lo que se reflexiona y lo que se materializa, a través del cogito, cuyo concepto instituye una verdad que no se altera con el paso del tiempo de la cual se infieren no sólo la propia existencia, sino la existencia de los demás, la existencia de Dios, la sustentabilidad del alma y la extensión de los cuerpos–, se reglamentan sobre la base de cuatro normas universales:

(i) No admitir como verdad nada que no fueran evidente. (ii) Dividir cada dificultad en tantas partes como se pueda y como sea necesario para poderlas resolver mejor. (iii) Ir siempre de lo simple a lo compuesto. (iv) Hacer enumeraciones tan completas y recuentos tan generales, que se tenga la seguridad de no olvidar nada (p. 11).

De las normas mencionadas, según el filósofo Ernst Cassirer (2013), a Descartes no le fue posible dominar el mundo físico, el mundo de la materia y del movimiento, aunque no erró en su propósito filosófico fundamental, de modo que esta corriente epistemológica continuaría reproduciéndose en las generaciones venideras. Por consiguiente, desde los primeros pasos de la razón –sin la necesidad de los experimentos–, y más allá de la racionalización espontanea, los y las intelectuales inspirados e inspiradas en el arte, la religión, la política, la economía, la sociedad y la cultura, encausaron la perseverancia de continuar con la búsqueda de la verdad, abriendo paso a nuevas corrientes epistemológicas –como el empirismo–, que cuestionaron la visión de universo, de metodología científica y la actitud ante la realidad.

 

2° PRINCIPIO EPISTEMOLÓGICO: REALISMO INTERPRETATIVO

Es posible interpretar que el segundo principio epistemológico se estableció desde los argumentos de Baruch Spinoza y Gottfried Leibniz hasta las cavilaciones de Immanuel Kant y Georg Wilhelm Hegel. Spinoza y Leibniz, ambos, influenciados por Descartes, buscaron una explicación de la naturaleza que satisficiera a un raciocinio que fundamente y ejemplificara el problema de la sustancia, a pesar de la influencia teológica. Para Spinoza, el universo es explicable integrándolo al concepto de Dios (Torretti, 1971). En cambio, Leibniz asentó una argumentación más física de la naturaleza, que estaría conformada por mónadas, cuya sustancia simple entra en los compuestos. Esta conecta con los elementos centrales de su lógica y de su física. Así,

[…] sus mónadas son centros de fuerzas semejantes a puntos, es decir, en el “concepto completo” están contenidos todos los estados por los que pasa. Un concepto en tal grado completo que contiene todas las determinaciones de un individuo y que, por lo tanto, es infinito, sólo puede poseerlo Dios. Es la mónada primigenia, creadora de las infinitas otras mónadas que conforman el mundo. Todas son sustancias individuales, son (como dios) almas y tienen (en contraposición con Dios) un cuerpo (Delius et al., 2000).

Por otra parte, y en paralelo a los planteamientos de Leibniz, las investigaciones en el campo científico seguirían en el desarrollo de la química, cuestionando los principios de la alquimia, los estudios patológicos, los avances medicinales, la descripción zoológica, botánica y mineral, e incluso los métodos para la aumentar la belleza. Dichos estudios fueron compilados en el libro Química caritativa y fácil para mujeres (1666) por la intelectual Marie Meurdrac. Esta obra sería denominada como la primera enciclopedia médica del género femenino de acuerdo con las temáticas pesquisadas de la época (Díaz, 2018). Pese al perfecto trabajo de Meurdrac, esta recibiría duras críticas por los científicos del género masculino. Aunque, al menos se cumplirían las ideas de Descartes, Spinoza y Leibniz al establecer una rigurosidad enciclopédica, utilizando un método científico de observación y de registro.

Ya a las puertas del Siglo de las Luces, la procedencia de los científicos y científicas, por lo general pertenecientes a la élite o muy cercana a ella, se iniciaría el diálogo por el conocimiento. En estos espacios se distingue al polímata Isaac Newton, quien a pesar de sus nobles contribuciones, como la mecánica newtoniana, refiere atribuiblemente a formar parte de un determinado modelo epistémico. Según Cassirer (2013), Newton es similar al credo pitagórico, que “piensa que la naturaleza, tomada en su conjunto y en todos sus campos particulares, es un número y una armonía” (p. 323). Por otro lado, Kuhn afirmaría del erudito inglés ilustrado que “no dudo de que la mecánica de Newton es una mejora sobre la de Aristóteles” (2000, p. 314). En síntesis, a partir de las apreciaciones epistemológicas de Cassirer y Kuhn, inferimos que la naturaleza de la ciencia, sea newtoniana, pitagórica o aristotélica, es una realización concreta de los hechos y de las asertividades explicativas de cada uno de ellos; lo que obedece, responsablemente, al estudio de la naturaleza en su totalidad.

Otros intelectuales, tales como John Locke, George Berkeley y David Hume, afirmarían y extenderían las nociones del empirismo. Ellos postulaban que:

La única fuente del conocimiento humano es la experiencia […] La conciencia cognoscente no saca sus contenidos de la razón, sino exclusivamente de la experiencia. El espíritu humano está por naturaleza vacío; es una tabula rasa, una hoja por escribir y en la que escribe la experiencia. Todos nuestros conceptos, incluso los más generales y abstractos, proceden de la experiencia (Hessen, 1965, p. 57).

Locke rechazó el postulado de las ideas innatas y que los sentidos escriben todos nuestros conocimientos; por ende, para él la sensación y la reflexión son las únicas fuentes del saber. En cambio, para Berkeley la realidad son las creaciones del yo; de modo que para él los elementos exteriores no son meras suposiciones, sino lo que se percibe es lo que se comprende por realidad (Enciclopedia T. C., 1996). Según Hume “todas las ideas proceden de las impresiones y no son nada más que copias de las impresiones” (Hessen, 1965, p. 59). Este principio, por una parte, establece el criterio de validez objetiva y asevera la comprensión del entendimiento humano al momento de estudiar los fenómenos físicos naturales; y, por otro lado, las ideas de estos pensadores permitieron dar una dimensión más realista al conocimiento humano, orientado prístinamente hacia la formación de la ciencia psicológica.

De igual forma, el mundo académico para las mujeres estaría acercándose cada vez más a lo empírico, ya que los estudios de Anna Morandi Manzolini y María Magdalena Petraccini evidenciaban y demostraban la constitución anatómica del ser humano; también el intento epistolar de la francesa Marie-Sophie Germain con Carl Gauss, aunque el príncipe de las matemáticas jamás le contestó. La intelectual gala demostró el Teorema de Fermat, explicando las superficies planas y los patrones geométricos que forma la música sobre las placas metálicas con arena (Díaz, 2018).

De manera análoga, la Ilustración también daría otra apertura al desarrollo del conocimiento, esta vez en materia política, y sería Locke quien fundamentaría que “la sociedad se origina en un pacto entre los hombres, por el que éstos se someten a la voluntad de la mayoría; pero los gobernantes sólo actúan por mandato popular y son responsables de su actuación” (Tejedor, 1999, p. 188). Dicho argumento liberalizaría y contrapondría las estructuras de la epistemología absolutista, tal como en los tiempos de Lutero, puesto que cuestiona las bases teóricas del Derecho Divino y del racionalismo escolástico. Gestándose las ideas liberales, manifestadas en la prosa de Montesquieu, Rousseau y Voltaire, y declamadas y concretadas durante el proceso de la Revolución Francesa. Un ejemplo de ello lo enunciaría Georges-Jacques Danton:

Hemos roto la tiranía del privilegio. Hemos cortado de raíz la corrupción. Eliminando aquellos poderes que ningún hombre tiene derecho de ejercer. Hemos acabado con el monopolio del nacimiento y de las riquezas en todas las provincias del Estado. En nuestras iglesias, en nuestro ejército, en todo este vasto complejo de arterias y venas que se alimenta de este magnífico cuerpo que es Francia. Hemos declarado al hombre más humilde igual al más grande. Y hemos ofrecido a los esclavos la misma libertad que ganamos para nosotros mismos. Encomendamos al mundo que prosiga con la tarea de construir el futuro con la misma esperanza que tuvimos nosotros. Hemos ganado más que una victoria en una batalla. Más que las espadas, los cañones y la caballería de Europa, y esta inspiración, esta visión de todos en cualquier lugar, este anhelo, esta sed, nunca puede ser sofocada. No hemos vivido en vano (Enrico y Heffron, 1989).

Por consiguiente, las materialidades de estas ideas estuvieron concentradas más allá de las fronteras galas, expresados en los magnos escritos de la Declaración de Derechos de Virginia (12 de junio de 1776), la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América (4 de julio de 1776), la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1879, la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (5 de septiembre de 1791), la Constitución Francesa de 1791 –promulgada el 14 de septiembre del mismo año–, y las Actas de Independencia de los Estados que lucharon por su independencia en el Nuevo Mundo. Del mismo modo, la burguesía, el señorío terrateniente y el criollismo latinoamericano cambiarían el modelo absolutista por un paradigma de liberal. En este proceso histórico y epistemológico destacan las consejeras y militantes de las 13 colonias inglesas Martha Washington, Abigail Adams, Betsy Ross, Mercy Otis Warren, Molly Pitcher, Sybil Ludington, Phillis Wheatley, Hannah Adams, Judith Sargent Murray, entre otras; años más tarde, en Latinoamérica resaltarían los nombres de la estratega Micaela Bastidas Puyucahua, la teniente coronel Juana Azurduy, la consejera Javiera Carrera y Verdugo, la espía María Ignacia Rodríguez de Velasco, la militar Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru, entre otras. Pero los esfuerzos femeninos no serían respetados por el poder político y heteronormativo, por parte de los Padres Fundadores y de los caudillos hispanoamericanos.

En paralelo a estas estructuras sociopolíticas, y de la materialidad violenta del pensamiento ilustrado en América, en Europa se discutían las innovadoras y transformadoras ideas epistémicas de Kant. Él postuló que si la razón es realmente capaz de reflexionar y comprobar la existencia, causa y consecuencia de los objetos en el mundo, la experiencia no es suficiente para su explicación; aunque, si bien conocemos en función de ella, pues el ser humano –como ser racional– está dotado de facultades que le permiten aprehender los datos provenientes de los sentidos y, por lo tanto, conocer. Tales facultades son las de espacio y del tiempo, lo cual Kant (2008) asevera que:

Para toda experiencia y posibilidad, hace falta entendimiento; y lo primero que éste hace no es aclarar la representación de los objetos, sino hacer posible la representación de un objeto en general.

Ahora bien, esto ocurre porque el entendimiento traslada el orden temporal a los fenómenos y su existencia, reconociendo a cada uno de ellos, con el carácter de consecuencia, un lugar determinado a priori en el tiempo, con respecto a los fenómenos antecedentes; sin lo cual, el fenómeno no concordaría con el tiempo mismo que determina a priori su lugar a todas sus partes. Esta determinación del lugar, no puede sacarse de la relación de los fenómenos con el tiempo absoluto (pues éste no es objeto de percepción) sino al revés, los fenómenos deben determinar ellos mismos, unos por otros, sus lugares en el tiempo y hacerlos necesarios en el orden del tiempo, es decir, que lo que sigue o sucede debe seguir a lo que estaba contenido en el estado anterior, según una regla universal (p. 154).

Este argumento corresponde al principio de la sucesión –ley de la causalidad–; es decir, a que todas las alteraciones suceden según la ley del enlace entre causa y efecto –lo que es muy símil a los planteamientos de Hume–. Kant además fundamenta las categorías, y que en cierta forma el ser logra comprender el objeto de estudio en cuestión a través de su cualidad, cantidad, modalidad y relación. En rigor, para toda interrogante que elaboremos de los objetos en cuestión, debemos considerar las categorías propuestas por el sabio germano, ya que estas no pueden ser respondidas a posteriori (posterior a), sino que se exigen conocimientos a priori (previo a) (Delius et al., 2000). En este sentido, Hessen (1965) argumenta que…

[…] si el pensamiento produce los objetos, como enseña Kant, las categorías resultan puras determinaciones del pensamiento, formas y funciones a priori de la conciencia. Dos concepciones de la esencia de las categorías se hallan, pues, frente a frente: según la una, las categorías son formas del ser, propiedades de los objetos; según la otra, son formas o determinaciones del pensamiento. Aquella es la concepción realista y objetivista; ésta la idealista y apriorista (p. 128).

Retomando la concepción realista y objetiva de Kant, más las ideas de Locke y los avances de Newton, aparece una nueva forma de racionalidad para concebir la naturaleza. Empero, sería Kant uno de los primeros en introducir los planteamientos de Newton, en su publicación Pensamientos sobre el verdadero valor de las fuerzas vivas (1747), buscando una síntesis con la metafísica de las mónadas de Leibniz. En su análisis, Kant concluye que “el espacio es objetivo (no subjetivo) y relativo (no absoluto), y que su estructura es arbitraria (no necesaria)” (Tejedor, 2017). Más tarde, en 1770, reflexionaría y replantearía sus postulados, afirmando que “el espacio no es algo objetivo ni real, ni substancia, ni accidente, ni relación, sino algo subjetivo e ideal, que brota de la mente, según ley estable, como un esquema coordinador de todo lo sentido externamente” (Tejedor, 2017, p. 291). De igual manera se refiere al tiempo. Y esta sería la solución definitiva para Kant al problema del espacio, referente a la pugna teórica entre Newton y Leibniz. De ahí, Kant esbozaría que la idea de división de una ciencia particular es posible, tal como lo es la física. En palabras de Kant (2008):

[…] todo se deduce de una ciencia particular que puede llamarse crítica de la razón pura. Pues razón es la facultad que proporciona los principios de conocimiento a priori. Por eso es razón pura aquella que contiene los principios para conocer algo absolutamente a priori. Un órganon de la razón pura sería un conjunto de principios según los cuales todos los conocimientos puros a priori pueden ser adquiridos y realmente establecidos (pp. 39-40).

Dada esta posición epistemológica, es viable afirmar que conocer el objeto en cuestión, no es adaptarse al objeto, sino que estudiar el conocimiento es analizar al sujeto que está interaccionando con el objeto. Dicho argumento constituye las bases del método trascendental, aunque este tendría algunas variantes. Por ejemplo, en el conocimiento filosófico la metodología de estudio sería de lo particular a lo general, mientras que en el campo de las matemáticas se aplicaría lo opuesto (Mosterín, ver PDF en la referencia bibliográfica). A pesar de esta especificación, para Kant existe gran distancia entre la cosa en sí y el sujeto, que trata de conocerla. Por ende, el sujeto disfruta de la máxima preponderancia en el conocimiento, pero lo más importante no es el conocimiento de la realidad, sino cómo poder llegar a ese conocimiento, y de qué modo lo interpretamos. Según la investigadora Olga Jiménez et al. (ver PDF en la referencia bibliográfica), Kant vuelve a las entidades planteadas por Platón por medio de la autorreflexión y autoconcepción del espíritu, distinguiendo entre lo que se percibe y lo que se piensa, lo cual reformula sus definiciones lógicas.

Posteriormente, los seguidores de Kant instaurarían la corriente filosófica del Idealismo alemán. Estos intelectuales, postularían que las cosas y el mundo no son más que proyecciones de nuestro pensamiento, y que la realidad no sólo existe en el espíritu, sino que es formada por este. Es decir, que para los idealistas el mundo exterior no posee realidad alguna. Entre estos filósofos sobresalen: Johann Fichte, Friedrich Wilhelm Schelling y G. W. Hegel. El primero, asentó las bases del método dialéctico e interpretó la filosofía kantiana para reflexionar en torno de la teoría del yo (ser) y el no-yo (mundo) (Enciclopedia T.C., 1996), tratada en su estudio célebre Fundamentos de la totalidad de la teoría de las ciencias (1794). De esta obra se logran identificar tres axiomas: Tesis, Antítesis y Síntesis. Según Tejedor (2017), se deducen las tres categorías fundamentales: realidad (Yo), negación (no Yo) y limitación (yo y no-yo limitados). En rigor, Fichte construye la realidad a partir del Yo infinito, luego lo reconcilia con las contradicciones y, finalmente, incluye al Yo individual en el Yo infinito.

El segundo, F. W. Schelling, aportaría que Todo lo que es, es en sí Uno –aunque el Uno procede del Yo absoluto de Fichte­­–, y es la unidad o identidad de las polaridades constitutivas del pensamiento y de la autoconciencia. De esta manera, Schelling postula que “[…] sobre lo absoluto no sólo se puede especular, sino que es accesible inmediatamente en la “intuición intelectual” […] facultad oculta, maravillosa, de recogernos en nuestro interior frente al paso del tiempo, para contemplar ahí bajo la forma de la inmutabilidad lo eterno en nosotros” (Delius et al., 2000, p. 79). Desde esta mirada, Schelling teoriza una subjetividad como principio de la totalidad del mundo. Idea que es posible homologarla con los postulados de Hume, tal como lo explicita el filósofo chileno doctor Raúl Velozo Farías (2007),

[…] para Hume, la idea de un yo invariable e inmutable, es absurda. Esto se debe a que, si existiese una impresión directa de un yo simple e invariable, esta impresión debería ser simple e invariable, pero aún cuando el sujeto reflexione en sí mismo, aún cuando busque con atención una impresión de yo, lo único que encontrará será una sucesión fugaz de impresiones e ideas. Por lo tanto, nunca podrá obtener la impresión de un yo puro, solamente una percepción de él (pp. 141-142).

Mientras que G. W. Hegel, en sus últimas palabras de vida, argumentó que “Sólo una persona me ha entendido, y ésa tampoco me ha entendido” (Fina, 1973, p. 189), reafirma la vinculación entre el intelectualismo y la indiferencia comunicativa que estructura el entendimiento humano. Sin embargo, para muchos autores las obras de Hegel serían la base suprema del Existencialismo, el Marxismo, la Fenomenología y el Historicismo. Dichas corrientes se constituirían en los aconteceres ideológicos desarrollados a lo largo del siglo XX, en especial por la relación entre el sujeto (ser) y el objeto (Estado), lo cual expondría que

[…] el Estado es la encarnación de la voluntad universal, un fin en sí mismo, no un simple instrumento del bien común. Sólo en el Estado encuentra el individuo su plenitud, y toda moral se reduce a obedecer las leyes del Estado (Fina, 1973, p. 192).

Por lo tanto, el ser no es libre por naturaleza, tal como lo planteaba Rousseau, por el contrario es el espíritu del Estado quien podrá limitar la libertad inexistente. Es más, sin el Estado la libertad del ser no es más que un onirismo de la realidad. De esta forma, para comprender la epistemología de Hegel en la esencia de sus ideas –independiente de lo que se constituye el Estado–, este le atribuye lo absoluto a la totalidad de todas las determinaciones racionales del pensamiento, interpretando que el espíritu es un objeto para sí y en sí mismo reflexionado. En consecuencia, el espíritu absoluto se encuentra al traspasar las fases de separación, contraposición y alteridad (Delius et al., 2000). Asimismo, parafraseando al investigador Luis Mariano de la Maza (2015), Hegel alude al espíritu como es definido sustancialmente por el ser humano, distinguiéndose de la realidad material y de la vida vegetal y animal. De igual manera, el espíritu no se reduce a la capacidad de conocer o razonar en la comprensión del mundo, sino que implica en las capacidades de salir de sí, de trascender los límites de su ser finito y abrir paso a lo infinito; es decir, al Espíritu Absoluto.

Por otro lado, Hegel (2019) también manifestaría su preocupación por el desarrollo de la filosofía y, por ende, su extensión hacia la epistemología, en sus Escritos Pedagógicos, argumentando que la trasmisión del conocimiento se debe establecer mediante dos líneas de estudio:

 

i. De las materias de enseñanzas, subdivididas en tres clases:

  • Clase inferior (Unterklasse): trata el conocimiento de la religión, del derecho y de los deberes. A su vez se indica que se puede iniciar a ejercitarse el pensamiento especulativo por la lógica.
  • Clase media (Mittelklasse): trata la Cosmología, la Teología natural en conexión con las Críticas kantianas, y la Psicología.
  • Clase superior (Oberklasse): trata la Enciclopedia Filosófica.

 

ii. Y el método de enseñanza:

  • […] la enseñanza de la filosofía en las Universidades no puede conseguir lo que tiene que conseguir –una adquisición de conocimientos determinados– […] que el pensar por sí mismo ha de ser desarrollado y ejercitado en el sentido de que, en primer lugar, en ese estudio el material no importa y, en segundo lugar, el plantear el problema como si el aprender fuera opuesto al pensar por sí mismo, puesto que de hecho el pensar sólo se puede ejercitar en un material que no sea producto o una elaboración de la fantasía o alguna intuición, llámese sensible o intelectual, sino que es un pensamiento y, además, un pensamiento sólo puede ser aprendido mediante el hecho de que él mismo es pensado (Hegel, 2019, p. 90).

Desde esta perspectiva, inferimos que la propuesta del método de enseñanza de Hegel alude a que la Pedagogía no se instruye en el contenido de la filosofía, sino que se procura aprender a filosofar sin las comprensiones respectivas de los análisis que constituyen el conocimiento. Si ambas partes fuesen efectivas, el ser sería un intelectual completo, que entiende los pensamientos racionales sobre los objetos esenciales, las verdades universales, las categorías kantianas y otras apreciaciones del saber. En rigor, el sabio germano nos invita a aprender a pensar por medio de las representaciones y reflexiones más abstractas de lo que el ser puede desarrollar en su entorno académico, natural y cultural.

Es más, algunos argumentos expuestos por Hegel en una carta dirigida al Consejero del Gobierno Real de Prusia y Profesor Friedr. v. Raumer, el 2 de agosto de 1816, revelaría las falencias de la objetividad de estudio tanto de la filosofía como de la epistemología, al plantearse posibles ambigüedades del pensamiento del ser y de cómo estas eran transmitidas por una pedagogía que no se cuestionaba las diversas formas de adquirir el conocimiento; por lo tanto, Hegel tenía la impronta de asentar las bases necesarias para que la filosofía lograra cuestionar lo existente, siempre en función de una perspectiva epistemológica, lo cual pudiera contribuir al avance de la ciencia y finalmente al desarrollo de las estructuras más elevadas de la conciencia humana. Así, la figura de Hegel –considerado como máximo representante del idealismo alemán–, denotaría epistémicamente lo que conocemos como el Espíritu Absoluto, ya que responde a los cánones más rigurosos del racionalismo, empleando la modalidad dialéctica, lo cual marcará un antes y un después en cómo estudiar las humanidades y, en especial, las ciencias sociales.

 

CONCLUSIÓN

En síntesis, en este breve alcance histórico sobre la epistemología se describe el aporte más significativo del desarrollo del conocimiento a través de grandes intelectuales, tanto hombres como mujeres, quienes generaron las bases y directrices para fomentar la comprensión del entendimiento humano. Así, cada hito epistémico marca un antecedente sustancial para teorizar distintos modelos epistemológicos. Sin embargo, las elaboraciones conceptuales de los filósofos y filósofas, científicos y científicas han contribuido con el máximo de sus esfuerzos a partir de los estudios del pasado, lo cual proyecta sus ideas y argumentos a través de su presente, pero que, lamentablemente, los imposibilita visualizar sus –posibles– errores en el futuro, ya que no lograron manipular la variable de la incertidumbre y, por ende, no accedieron a la transformación del conocimiento en su etapa temporal.

Frente a esto, y ante nuestra actualidad, es posible categorizar la línea temporal del conocimiento desde la Grecia clásica hasta el Idealismo alemán, a través de dos principios de la epistemología: el Realismo Ingenuo y el Realismo Interpretativo. Ambos realismos epistémicos no están conjugados, sino que responden, sincrónicamente, a los alcances históricos que constituyeron las bases del conocimiento por medio de los análisis respectivos de cada una de las disciplinas de estudio que no están sujetas a lo absoluto, sino a los cambios probables del sustento teórico entre la interacción sujeto-objeto. Así, en lo que refiere a los principios epistemológicos, cada uno de estos se definen a sí mismos a través de los cánones y conceptualizaciones. Respecto del Realismo Ingenuo, este concierne a las primeras investigaciones de la Grecia clásica hasta los experimentos de Galileo Galilei, lo cual puede inferirse que la ciencia (episteme) solo puede ser tratada acerca de lo necesario y universal, la cual permanece oculta y puede ser descubierta, lo que procede a la definición y a la designación del significante (Tejedor, 2017). En otras palabras, en este tiempo se suscitaron los primeros axiomas, aforismos, sentencias y otras cualidades que dieron paso a las explicaciones más interpretativas de los fenómenos naturales, sociales y culturales. En lo que respecta al Realismo Interpretativo, este es posible situarlo desde las argumentaciones de Baruch Spinoza y Gottfried Leibniz hasta las complejas cavilaciones de Kant y Hegel; y, en paralelo, a los descubrimientos científicos, los movimiento intelectuales y culturales de la Ilustración, las manifestaciones por el reconocimiento de los derechos universales, las revoluciones liberales, las reformulaciones estructurales del concepto de Estado, y la extensión particular de otras disciplinas del saber. No obstante, en este periodo epistemológico, se evidencia una tendencia hacia la universalidad del racionalismo, considerando la singularidad del sujeto para teorizar, explicar y ejemplificar al objeto.

Finalmente, también es posible interpretar que el ser humano, espontáneamente, desarrolla el conocimiento cuando se plantea los problemas últimos de su existencia, arguyendo que “Todo lo real es racional, y todo lo racional es real” (Tejedor, 1999, p.44.), lo cual faculta al sujeto en buscar, persistentemente, la verdad en las distintas dimensiones que comprende del mundo. Dicha actitud sería la piedra angular para contextualizar la línea temporal de la epistemología, considerando las avenencias progresivas entre lo que desconocemos y lo que se intenta por conocer. Esto quiere decir que para toda definición e interpretación epistémica es muy relevante reflexionar acerca de las líneas de pensamiento en un periodo determinado, ya que sus premisas, supuestos y criterios pueden ser transformados en las próximas épocas universales.

 

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