Artículo Vol. 1, n.º 12, 2021

De la ciencia lenta al pensar: el horizonte de la sabiduría

Autor(es)

Carlos Eduardo Maldonado

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Sobre los autores

RESUMEN

Este artículo estudia el movimiento por una ciencia lenta y sostiene que la ciencia rápida es una apología (indirecta) al capitalismo académico. La ciencia rápida es el estado actual de la ciencia –ciencia normal; corriente principal de pensamiento–. Ella conduce a la ausencia de pensamiento y su foco es, tan solo, el del conocimiento. Hacer ciencia rápida es hacer mala ciencia, algo que termina afectando a todo el sistema de educación y a la cultura.  Ahora, los llamados a una ciencia lenta no deben ser asumidos como criterios generales que se deben aplicar a todos y cada uno de los investigadores. La tesis de este texto es que la ciencia rápida es un mecanismo destinado a evitar la reflexión y el pensamiento crítico.

ABSTRACT

This paper studies the movement that calls for a slow science, and it argues that fast science is an indirect apology of academic capitalism. Fast science is the current state of science, i.e. normal or mainstream science. It leads toward the absence of thinking and focuses solely on knowledge. Doing fast science is doing bad science, which eventually affects both education and culture. Now, the call for slow science does not entail a general criterion that is to be set upon every single researcher. The main thesis here is that fast science is a mechanism aimed at avoiding critical thinking and reflection.

 

INTRODUCCIÓN

La ciencia y la filosofía son empresas fantásticas. Nos permiten comprender el mundo y explicarlo, en un caso, en términos de experimentos, pruebas y demostraciones y, en el otro caso, en términos de demostraciones, argumentos y lógica. Jamás como en nuestros días habíamos sabido tanto del mundo, sobre el universo y sobre nosotros mismos. El número de gente que se forma en maestría y doctorados, de gente que tiene posdoctorados, de investigadores, ingenieros, médicos, músicos y artistas, por ejemplo, jamás había sido tan alto en la historia de la humanidad. La sociedad de la información y la sociedad del conocimiento son hoy bastante más que metáforas; son realidades físicas, vívidas. Y, de manera puntual, la filosofía y la ciencia se hacen escribiendo y publicando. Sin la menor duda, lo que no se publica no existe. Tanto menos si se considera el factor demográfico, en un planeta con más de siete mil millones de habitantes.

Hoy existe tanto una ciencia rápida tanto como una filosofía rápida, que, cabe decir, son aquellas que andan desbocadas escribiendo y publicando, que viven en función de indicadores, de citaciones e impacto. En este texto no trazamos ninguna diferencia entre ambas, filosofía y ciencia, a pesar de hablar específicamente de ciencia (con el fin de evitar repeticiones). Digámoslo de manera puntual: se habla hoy del contraste, si no la radical oposición, entre ciencia rápida y ciencia lenta, pero la expresión se aplica igualmente a la filosofía, y el concepto de ciencia debe ser asumido de manera genérica cubriendo tanto a las ciencias naturales o básicas como a las ciencias sociales y humanas. Con la contraposición entre ciencia rápida y ciencia lenta tenemos, ante nosotros, un problema. Este problema interpela directamente al estatuto del conocimiento en general, pero tiene extensiones manifiestas en otros ámbitos, especialmente en su relación con la educación y con la gestión del conocimiento en el sentido más amplio de la palabra.

Veamos la punta del iceberg. Solamente la revista Nature, sin duda una de las más importantes, que publica sus números cada semana en distintas series (Nature; Nature Physics; Nature Biology, y otras), divulga al año alrededor de 20.000 artículos. Lo mismo sucede muy seguramente con la revista Science, el otro medio escrito considerado de punta, ampliamente. La única obligación moral y epistémica de un buen investigador consiste en mantenerse al día en el estado del arte del conocimiento, una tarea ardua. En efecto, si se suman, dependiendo del área de interés de cada quien, los artículos, libros, capítulos de libros, el promedio –grueso–, sería de algo así como 120.000 publicaciones al año en un área determinada; repito: promedio. Una aritmética elemental pone de manifiesto que si se desea estar al día en el estado del arte del conocimiento en general, cada quien debería poder leer un promedio de 328 textos diarios, entre artículos, libros, capítulos de libros y demás. Una tarea sencillamente imposible.

Ahora bien, suponiendo que se tengan intereses amplios, interdisciplinarios, digamos; esto es, si se tiene o se quiere tener una buena cultura científica o filosófica o cultura en general, el número de publicaciones que hay que conocer aumenta de manera colosal. De una semana a la otra, de un mes al siguiente. Ciertamente que las bases de datos, cada vez más amplias y más abiertas facilitan la búsqueda de información y fuentes, y mantenerse relativamente al día en el estado de la cuestión de un tema o campo determinado. Aun así, la tarea desborda ampliamente a una sola persona. Esta es una de las razones por las que existen redes y se las promueve. Desde el punto de vista evolutivo, el aprendizaje es la mejor herramienta de supervivencia, parece.

Vivimos la época de la ciencia rápida. Escribir, publicar, leer, actualizarse, todo en un círculo que aparece cada vez más infernal. La ciencia rápida comienza, verosímilmente, en la década de 1840, con la proliferación de revistas, sistemas de revisión de pares y demás, y termina convirtiéndose en una verdadera ingeniería social en nuestros días, que se expresa en la infometría, la bibliometría y otros campos próximos de la cienciometría. Todo comienza y se alimenta hasta el día de hoy por parte de las ciencias llamadas duras pero termina afectando a la ecología entera de ciencias y disciplinas. Se impone un solo rasero. De entonces acá viene la tendencia, para decirlo coloquialmente, según la cual paper mata libro. Entonces la ciencia –y crecientemente, según parece, la filosofía– se hace en la forma de papers: artículos científicos. Y para eso existen revistas especializadas, y demás. Una buena parte de eso que se llama metodología de la investigación científica está dedicada entonces a un aspecto perfectamente herramental, a saber: aprender cómo es la tipología de los artículos científicos, cuáles son sus características y dinámicas. Se deja así de lado un aspecto inmensamente más relevante, a saber: el estudio, aprendizaje y crítica de las estructuras mentales que comportan la ciencia y la investigación.

De consuno, los tiempos, los ritmos, las exigencias, las cualidades de un paper son perfectamente diferentes a las de un libro. Las ciencias sociales y humanas se han visto desfavorecidas en una tendencia que apunta a producir papers; es decir, papers, rápidos.

La cienciometría, que nace en la década de 1960 y se desarrolla hasta la fecha, viene no solamente a medir este estado de cosas, sino, además, a promoverlo, a pesar suyo.

De acuerdo con la revista Scientometrics, un artículo que se publicado en una revista 1A –digamos en primer cuartil, Q1– ha sido rechazado en promedio siete veces antes de su publicación. Adicionalmente un artículo semejante tiene en promedio siete lectores. Como se aprecia, el impacto es mínimo; esto es, el impacto social o cultural. Aun así, los investigadores son conminados a publicar en estas revistas por mor de los escalafones y los indicadores, cada vez más auto-referenciales de la gestión del conocimiento.

Históricamente, puede decirse que la ciencia rápida comienza con el químico alemán J. von Leibig (1803-1873), en el mismo momento en el que se consolida la idea de que la ciencia se hace en y avanza mediante papers –cuando tradicionalmente había sido en la forma de libros­–, exactamente en paralelo con la primera revolución industrial, que estaba transformando los ritmos de la sociedad, al parecer, irreversiblemente. Vale recordar que las revistas (journal; Zeitschrift; revue) comienzan a producirse como un género propio en 1665 –con el Journal des Sçavants y luego las Philosophical Transactions of the Royal Society. La primera desapareció, pero la otra se ha conservado hasta la fecha y goza de un alto prestigio–. En el curso del siglo XVIII se crearon literalmente miles de revistas con vidas episódicas, y a partir del siglo XIX empezaron a consolidarse muchas. Cada campo o área del conocimiento tiene (por lo menos) una revista, y debe tenerla. Mientras tanto se ha convertido en un hecho: la ciencia se publica en la forma de artículos científicos. Esta historia conduce directamente hasta la historia, peligrosa, de las revistas y editoriales depredadoras, de un lado (cfr. La Beall list en las referencias al final), y de otra parte a los escándalos en torno a las revistas como un asunto de dinero cuyo epítome es Elsevier –y con ella, el sistema Scopus e Isi-Web of Science–, y toda la historia conocida hasta el día de hoy.

(El término editoriales depredadoras se acuña en el año 2010. Por su parte el concepto de revistas depredadoras y la lista de las mismas comienza en 2012).

La otra cara, para muchos académicos e investigadores aún desconocida, es la inmensa cantidad de publicaciones que son retiradas debido, dicho sucintamente, a las precipitaciones de la ciencia rápida. El sitio retractionwatch (cfr. https://retractionwatch.com/) informa de retiros y retractaciones diarias, en muchas ocasiones, no exentas de delicados aspectos éticos.

Las acciones rápidas usualmente son reactivas, y nunca nada inteligente ni bueno sucede en las reacciones. La acción libre jamás es reactiva, y lo reactivo, por lo demás, nunca está lejos de lo reaccionario.

En este panorama todo parece indicar que la ciencia y la filosofía perdieron la juventud y lozanía que alguna tuvieron; todo parece ser que se volvieron serviles, y que el ritmo no lo pusieron ya más los pensadores ni investigadores, sino los hombres del mercado, los agentes corporativos, los servicios de seguridad y defensa y el sistema bancario, en fin, las propias revistas y editoriales: la ciencia y la investigación como un negocio. Al cabo, por este camino, la filosofía y la ciencia perdieron la sabiduría y se volvieron esclavas y sumisas.

La ciencia rápida genera muy ampliamente más problemas que los que resuelve. Así las cosas, emerge, recientemente, un movimiento radical en el interior de las universidades y de la comunidad científica que hace un llamado a la ciencia lenta. Sin ambages, otra ciencia es posible, necesaria y deseable.

 

ARGUMENTOS A FAVOR DE LA CIENCIA LENTA

El llamado a la ciencia lenta nace entre finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI. En el año 2010 se crea la Academia de Ciencia Lenta (Slow Science Academy) con sede en Berlín, y se publica al mismo tiempo el Manifiesto por una Ciencia Lenta (cfr. http://slow-science.org/). A partir de entonces es creciente el número de publicaciones, estudios y declaraciones, siendo muy significativo que la propia revista Nature publicara en 2012 un artículo al respecto (Lutz, 2012). La red académica Academia.edu tiene ya una sección dedicada a los artículos dedicados al tema.

De manera general, en una perspectiva cultural, la ciencia lenta forma parte de los movimientos de ralentización –en la comida (slow food, slow cooking), en el pensamiento (Kahneman), y otros–. Como se aprecia, se trata de todo un movimiento de crítica a y distanciamiento de un sistema de vida centrado en eficiencia, eficacia, crecimiento, productividad y competitividad. A nadie sensible escapa el marco entero y las consecuencias de estos movimientos autogestionarios y autoorganizados alrededor del mundo entero. Una mirada desprevenida permitiría comprender que asistimos a un variado y multifacético proceso de crítica de un modelo social y civilizatorio, y de propuesta de otras formas de comer, pensar, vivir, relacionarnos, y demás. Lo que sucede en un plano no es ajeno, en modo alguno a lo que acontece en otro contexto.

Digámoslo de manera puntual. El llamado a una ciencia lenta consiste en el reconocimiento explícito de que es posible otra ciencia, notablemente en contraste con los ritmos de las tres revoluciones científicas habidas hasta el momento (Maldonado, 2020). Como se aprecia, se trata de un llamado cuya carga de profundidad es enorme y no puede ser obliterada. Dicho en dos palabras, la ciencia rápida es mala ciencia. Dos observaciones puntuales se desprenden inmediatamente.

De un lado, se trata del reconocimiento expreso de que hacer ciencia rápida –investigue-escriba-publique…– no es la mejor manera de hacer investigación. Es, ciertamente, la forma como ha funcionado hasta ahora la investigación; pero hay indicios suficientes y fuertes de que no es la mejor manera. Sin la menor duda, la inmensa mayoría de investigadores no son tales; esto es, no hacen verdaderamente investigación: simple y llanamente hacen la tarea. Los gestores del conocimiento (=decanos, vicerrectores, rectores, directores de institutos y centros, por ejemplo) les piden publicar, entre otras razones debido a la importancia de los escalafones. Y los profesores e investigadores se someten sin más (= son empleados) y hacen lo correspondiente. En consecuencia, digamos, no por escribir y publicar se es investigador. Y ciertamente no se es ni filósofo ni científico. En el sentido más amplio pero fuerte de la palabra. Ser un científico o un filósofo es bastante más que simplemente escribir y publicar.

De otra parte, al mismo tiempo, el hecho de que los profesores e investigadores se conviertan en máquinas productivas –de clases, de eventos académicos, de papers, de libros, de ponencias, y demás–, conlleva al hecho de que dejan de ser sujetos políticos, en el sentido al mismo tiempo más amplio pero fuerte de la palabra. De esta suerte, los académicos e investigadores dejan de pensar y, por tanto, de preocuparse políticamente y actuar y organizarse en el mismo sentido. Stengers ha llamado la atención, con precisión, sobre este aspecto (2019).

Manifiestamente que la ciencia en general es una forma de acción en el mundo. Pero una buena acción es siempre, ante todo, una acción meditada; nunca reactiva. Los investigadores, se les dice abierta y tácitamente, no deben ocuparse de otras cuestiones ajenas a su investigación porque eso significa una pérdida de tiempo, a saber: tiempo para producir. La investigación ha llegado a ser disciplinada. Esto es, son numerosas las universidades que definen las revistas en las que pueden y deben publicar los investigadores, específicamente si quieren recibir incentivos económicos por su producción. El espectro se cierra queriendo destacar revistas que implican alto impacto de cara a los intereses de las universidades, facultades, programas y carreras. Les queda así prohibido a los profesores publicar en el espectro ajeno a las revistas delimitadas. Primero fue la disciplinarización de la educación y del currículo; ahora es, de consuno, la disciplinarización de la investigación. El mensaje enviado es: “piense solo en este espacio y con estos objetivos. Todo lo demás queda invalidado”.

Así las cosas, el resultado es perfectamente contradictorio: investigar es todo lo contrario a pensar. Ya volveremos sobre este aspecto.

Los escalafones de toda índole constituyen uno de los rasgos distintivos de la ciencia rápida. Hoy, y cada vez más, se investiga, se escribe y se publica en función de los escalafones. Y los escalafones implican procesos rápidos. Al fin y al cabo, grosso modo, los escalafones se actualizan cada año –es el caso de las universidades­–, y en el caso de los investigadores, se actualizan de tanto en tanto (es lo que acontece con el índice h en general). Victorias tempranas, se clama a toda voz. Sin importar si a largo plazo se pueda perder la guerra, por así decirlo. La investigación está marcada ampliamente por el cortoplacismo.

En efecto, en el caso individual de los profesores e investigadores, se trata, notablemente, de la importancia del índice h, con todo y el reconocimiento de que hay diversos sistemas e indicadores de índice h. Pues bien, lo significativo del movimiento por una ciencia lenta consiste en que la mayor parte de sus adalides son investigadores de prestigio, o bien con obras ampliamente reconocidas, o también con índices h notables; no única y no principalmente se trata de investigadores de calibre bajo, digamos. (Mencionemos, en paréntesis, que uno de los criterios mediante los cuales alguien comienza a ser considerado como posible premio Nobel en ciencias –medicina, física, química o economía– es cuando su índice h ronda el puntaje de cuarenta. Con menos de esa aproximación alrededor de cuarenta, se considera que no tiene trabajos verdaderamente relevantes).

Ahora bien, hay que advertir que los indicadores y la cienciometría no son en modo alguno responsables de la ciencia rápida. Esto sería confundir el diagnóstico con la enfermedad. La ciencia rápida es anterior a las mediciones cienciométricas y son el resultado de los sistemas de gestión del conocimiento. Esto es, con nombre propio, de los administradores educativos, del conocimiento y de las políticas de ciencia y tecnología.

Dicho esto, es preciso reconocer explícitamente que las observaciones o críticas a la cienciometría –y entonces a uno de sus factores, el índice h–, es legítimo por parte de quienes sí tienen un índice elevado. Lo demás es una apología al facilismo que conduce a la desidia. Criticar el índice h por parte de quienes no tienen ninguno –webometrics sitúa, en cada país, la escala más baja en diez, de suerte que quienes tienen menos de un índice h de diez quedan descartados, por defecto–, es simple y llanamente un sesgo que descalifica las propias carencias.

Como quiera que sea, la ciencia lenta sabe de los errores y fracasos en la investigación, y no sola y principalmente de los aciertos y logros. En este sentido, paralelo, digamos, con la ciencia lenta se vienen creando revistas que publican errores. En la referencia, al final, se indican algunas de estas revistas.

Hay un concepto muy fuerte que permite entender en qué consiste exactamente la ciencia rápida: es ciencia extractivista. De manera significativa, en Bélgica se ha creado un movimiento interuniversitario por la ciencia lenta que justamente señala de entrada el rechazo a la ciencia, la filosofía y la investigación extractivistas (cfr. https://slowscience.be/).

La ciencia lenta no sabe de límites o fronteras en el conocimiento. Consiguientemente, en primer plano se trata de la promoción de espacios y tiempos ilimitados para el intercambio, para el diálogo, el aprendizaje recíproco, las conversaciones y la buena vida del espíritu. Al mismo tiempo, consiste en una incesante exploración de nuevas formas de trabajo, colaboración y publicación.  No en última instancia, se trata de una crítica fuerte por interna a la economía del conocimiento que es, sin la menor duda, el basamento del capitalismo informacional incluidas aristas tales como economía naranja, industrias culturales, capitalismo académico, por ejemplo.

Ante el exceso de información es preciso convocar a procesos digestivos lentos. La metabolización es un fenómeno fundamental en los sistemas vivos tanto como en la cultura, la educación y la ciencia. En Bélgica, Alemania o Estados Unidos también se está reconociendo la importancia de una decolonización de la universidad y la ciencia. Una decolonización semejante es buena ciencia y, por tanto, ciencia lenta. Contra el eficientismo de cualquier corte, la ciencia lenta ya no habla de excelencia en la educación y la investigación. Al fin y al cabo, el discurso de la excelencia corresponde, línea por línea, a la ciencia rápida. Como si excelente fuera rápido, y si se puede: vertiginoso. Pues bien, contra estos llamados y agenciamientos de la excelencia la ciencia lenta hace el reconocimiento explícito de que: lo suficientemente bueno es la nueva perfección (good enough is the new perfect). Esto quiere decir que los estándares de avance del conocimiento no están fijados desde afuera, sino, por el contrario, por las propias experiencias de los investigadores, ya desde sus comienzos, y en los niveles o escalones graduales que cada uno va alcanzado. En otras palabras, es fundamental atender, antes que a los resultados, a los procesos. Esta idea exige girar la mirada, inmediatamente, hacia la educación en ciencia y filosofía.

 

LA EDUCACIÓN, LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA OLVIDARON PENSAR

Estamos haciendo mala ciencia. Tanto como mala filosofía. (La crisis el covid-19 puso en evidencia que, no sin evidentes preocupaciones de tipo ético y humanitario, mucha de la producción intelectual es lo que en el argot de la industria editorial se llama literatura de emergencia. Un renglón que vende casi tanto como la literatura de autoayuda).

Ahora bien, dicho de modo amplio, la ciencia y la filosofía son los insumos primarios de la educación. Por tanto, se está haciendo también mala educación. La educación que se está haciendo es educación para la enseñanza-aprendizaje con base en criterios como certezas, competencias y habilidades. Adicionalmente, se trata de una educación que, en los niveles de alta formación, se concentra particularmente en aquellos que exhiben rasgos de ciencia rápida.

El sistema ampliamente conocido del publish or perish es un sistema efectista, eficientista y que alimenta y expresa a la vez al capitalismo académico (Maldonado, 2016a). Esa es ciencia e investigación para el mercado. El conocimiento, como por lo demás la información, no nos hace más sabios. Pero la sabiduría sabe esperar, y sabe observar y discriminar lo importante y lo que no lo es, y lo urgente y necesario de aquello que solo lo parece. Dicho de cara a los orígenes mismos, la sabiduría sabe del placer de conocer; esto es, del placer pensar de inventar y descubrir.

La educación de los jóvenes permanece alejada del llamado a la ciencia lenta. Tanto más cuanto que la educación está ampliamente dirigida al mercado y que, a la fecha, sus pivotes son el desarrollo de destrezas, competencias y habilidades. Para nada el gusto por el conocimiento, el placer del pensar, en fin, la búsqueda de la felicidad y la afirmación y el cuidado de la vida, muy notablemente. La ciencia lenta sabe que la vida como el auténtico conocimiento son procesos –y procesos a largo plazo (algo redundante la expresión, la verdad. No existen procesos a corto o a mediano plazo)–.

En verdad, la educación se centró muy fuertemente en los sistemas de evaluación (= educación por resultados) relegando a lugares muy secundarios al placer de aprender, al gusto por el pensar, a la fruición del proceso de descubrimiento mismo por parte de los estudiantes. No en últimas instancias, lo que emerge aquí es la importancia del ocio; literalmente, la utilidad de lo inútil (Ordine, 2013). En otras palabras, prima facie, la ciencia y la filosofía no tienen por qué ser útiles y servir –a la gente o para algo–. Más exactamente, es porque deben ser útiles hoy servir para algo que entonces amas se vuelven rápidas. La ciencia lenta sabe de parsimonia, y se aleja de pretensiones utilitaristas o pragmáticas. Una analogía emerge inmediatamente con el movimiento Mauss en las ciencias sociales (movimiento anti-utilitarista de las ciencias sociales) (Maldonado, 2016b) (cfr. http://www.revuedumauss.com.fr/).

Sin más, la ciencia lenta es ciencia inútil en el sentido de utilidad de los administradores, ingenieros industriales, militares, financistas, bancarios y agentes corporativos. La ciencia lenta es inútil, exactamente en el mismo sentido que la filosofía, la poesía, la música, las artes y en general las humanidades son inútiles. Y, sin embargo, es imposible vivir sin ellas, y una vida verdaderamente digna y con calidad es perfectamente imposible al margen de las mismas.

La ciencia rápida es ciencia para investigadores viejos, no jóvenes, que son aquellos que ya han aprendido, fomentado y se han beneficiado de esos ritmos (circuitos de conferencias, y demás). La ciencia lenta, muy significativamente fija la mirada en los jóvenes, y con ello, en el lugar de la educación y el aprendizaje. De manera extendida, ya se habla también de antropología lenta, experimentación lenta y otras expresiones próximas y similares. Al fin y al cabo, los jóvenes son aquellos que tienen tiempo y saben del tiempo; los viejos, según parece, solo saben de la velocidad del tiempo y que este se acaba; por lo menos a la luz de la cultura normal.

En este punto, es preciso advertir que no se trata de ver aquí un conflicto generacional. Joven es todo aquel que sabe de tiempo, esto es, de horizontes abiertos e indeterminados. Y entonces, claro, puede darse tiempo a sí mismo, nunca hay afán, nunca peleamos contra la finitud del tiempo. Viejo es todo lo contrario, y en primer lugar, todo aquel que descuenta el futuro en el sentido preciso que es observado por Elster (Loewenstein y Elster, 1992); es decir, para el cual el tiempo es algo que va de suyo y frente a lo cual nada más importa. Todo, absolutamente todo lo contrario a la sabiduría.

En todos los casos, el tema que se plantea abiertamente, a plena luz del día, sobre la mesa, es la importancia, la necesidad y la urgencia de pensar. Pensar, y no ya única y principalmente conocer. Un tema de calado distintivamente filosófico.

 

EL HORIZONTE DE LA SABIDURÍA

De manera habitual, un artículo científico –en cualquiera de sus modalidades– es considerado por la cantidad de referencias bibliográficas que incluye. Como es sabido, la sección de metadatos en la gran mayoría de las revistas incluye este aspecto. De entrada, la ciencia rápida abre las puertas a copiar y fusilar bibliografía, aunque no se la conozca. Son muy numerosos los profesores e investigadores que citan fuentes que ni siquiera conocen. Ciencia rápida. (En paréntesis, entre los filósofos es conocida la referencia a Wittgenstein, a quien difícilmente la habrían publicado algo en una revista, o en una editorial prestigiosa actualmente. La misma cara de este aspecto es E. Morin, quien nunca cita absolutamente a nadie, que es el otro extremo sobre lo cual ya hay trabajos críticos).

Sin ambages, en el marco de la ciencia lenta, es posible decir con toda legitimidad que menos ciencia significa que puede ser mejor. Más ciencia no necesariamente significa mejor investigación. Esta es la falsa creencia de ese sistema productivista que es, puntualmente dicho, el capitalismo académico. Si el productivismo implica una tendencia cortoplacista, ciencia lenta implica poder pensar a largo plazo, a muy largo plazo (Firth, 2020). El verdadero conocimiento no se define jamás en el corto término, sino como un juego de muy largo alcance; exactamente como la vida, como la naturaleza. Una ciencia lenta nos permite aproximarnos, dicho sin más, a algo mucho más importante que la ciencia o la filosofía; a la sabiduría.

Exactamente en este punto cabe una observación fuerte, en particular en el marco de la sociedad de la información, la sociedad del conocimiento, la economía del conocimiento y la sociedad de redes; en otras palabras, de cara a esos conceptos –ciertamente centrales– que son información, conocimiento, educación e investigación, por ejemplo (podría hablarse, por extensión, también de creatividad e innovación). El poder, el dinero y el conocimiento generan soberbia. Debo dejar aquí de lado, por delimitación a los dos primeros, para concentrarme en el tercero.

Dicho grosso modo, por tanto, con alto riesgo de ser objeto de críticas, por regla general los filósofos son veleidosos; análogamente, a como, por ejemplo, también por regla general, los científicos tienden a ser prepotentes –por ejemplo, porque manejan un aparato matemático sofisticado–. En marco más amplio, social o cultural, quienes tienen altos diplomas y reconocimientos académicos y científicos tienden a ser vanidosos y a mirar por encima del hombro a los demás. Estas son expresiones de soberbia. Dicho de manera general, son el resultado de una cultura de ciencia rápida y todo lo que ella significa y comporta. Pues bien, la ciencia lenta puede –y debe– ser vista como un llamado de advertencia contra actitudes y comportamientos semejantes. Tal es el caso de gentes para quienes el conocimiento los aleja de los asuntos del mundo y de los demás. Cuando la verdad es que debería suceder todo lo contrario.

Buena ciencia, buena información, buena educación, buena tecnología, buena investigación, en fin, buena ciencia y filosofía son fundamentales, y necesarios. No cabe la menor duda. Pero son insuficientes. Además, y fundamentalmente, es necesaria mucha sabiduría. La dificultad estriba en que la sabiduría no se la puede enseñar. Este reconocimiento es, sostengo, la verdadera llave que abre, de par en par, las puertas para la ciencia lenta.

 

CONCLUSIONES

Las observaciones y reflexiones registradas aquí no tienen ni deben tener un carácter absoluto. Un investigador que mottu propio tenga un ritmo alto sin que haya de por medio exigencias de tipo laboral u otras no tiene por qué disminuir ni la calidad ni la cantidad de su producción. La ciencia lenta vale como un criterio: a) contra la mala ciencia, b) contra el capitalismo académico; c) contra el estrés y ansiedad de los investigadores que no disfrutan entonces de sus investigaciones.

El conocimiento debe poder producir placer. Esta es la segunda frase, y acaso la más importante de la Metafísica de Aristóteles. Si conocer no produce placer, el ritmo, el proceso y el producto no le pertenecen al investigador o al pensador. Y en eso consiste exactamente el extrañamiento, la alienación o la enajenación: el productor no se reconoce en el producto. Este es todo el basamento para el análisis sobre la mercancía por parte de Marx y el descubrimiento de la cosificación de la vida.

La idea no es difícil. Debe ser posible que los investigadores dejen de compararse unos con otros; que es lo que hacen los escalafones y los indicadores. Los indicadores pueden servir, para cada quien, para cada Facultad o Universidad tan solo para compararse consigo mismas; especialmente, acerca de sus posibilidades y potencialidades. Nada más. La ciencia lenta constituye una magnífica inflexión en toda la historia de Occidente. Otra ciencia es posible.

 

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