Nuestros agradecimientos al Proyecto 032402CL_CREA. Vicerrectoría de Investigación, Innovación y Creación, Universidad de Santiago de Chile.
RESUMEN
El objetivo de este trabajo fue analizar el aislamiento que sufren madres algunas migrantes en Chile producto de la precariedad y discriminación de su asentamiento, que tensiona su integración a la sociedad chilena a la luz de los supuestos teóricos de la interseccionalidad. Método cualitativo, exploratorio e interpretativo a 39 entrevistas semiestructuradas a madres migrantes venezolanas, peruanas y haitianas analizadas temáticamente. Se teorizó en torno a tres categorías: preservando la economía, inseguridad barrial y pasar inadvertida. Como conclusión, las prácticas de aislamiento emergen como una respuesta adaptativa y un acto de resistencia que desafían las narrativas de victimización en torno a estas mujeres. Así, las madres entrevistadas reclaman su derecho a construir espacios seguros, al tiempo que resisten las dinámicas de exclusión y discriminación presentes, evidenciando además las tensiones estructurales que comprometen su capacidad de agencia en la crianza de sus hijos e hijas en Chile.
ABSTRACT
The objective was to analyze the isolation that migrant mothers suffer as a result of the precariousness and discrimination of their settlement in Chile and that stresses their integration into Chilean society in light of the theoretical assumptions of intersectionality. Qualitative, exploratory and interpretive method of 39 semi-structured interviews with Venezuelan, Peruvian and Haitian migrant mothers analyzed thematically. It was theorized around three categories: preserving the economy, neighborhood insecurity, and going unnoticed. In conclusion, isolation practices emerge as an adaptive response and an act of resistance that challenge the narratives of victimization around these women. Thus, the mothers interviewed claim their right to build safe spaces, while resisting the dynamics of exclusion and discrimination present, also evidencing the structural tensions that compromise their capacity for agency in raising their sons and daughters.
INTRODUCCIÓN
Al 31 de diciembre de 2022, se estimó para Chile una población inmigrante aproximada de 1.625.074 personas, mayoritariamente de origen venezolano (32,8%), peruano (15,4%), colombiano (11,7%) y haitiano (11,4%). Esta población presenta una relación de masculinidad de 103,4 hombres por cada 100 mujeres. La mayoría se concentra en la Región Metropolitana (57,8%), Antofagasta (6,7%) y Valparaíso (6,1%). En la Región Metropolitana se ubica especialmente en las comunas de Santiago, Independencia y Estación Central. Entre los grupos etarios, predominan las personas entre 25 y 39 años; para las infancias y adolescentes, para el mismo año, se estimaron 210.521 niños, niñas y adolescentes menores de 20 años, de los cuales 7.102 corresponden a niños y niñas entre los 0 y 4 años (INE, 2023a).
En términos generales, el actual flujo migratorio hacia Chile se caracteriza por su origen centroamericano y latinoamericano, y la tendencia a la feminización de algunos grupos migrantes, que implica migración de infantes hacia el territorio nacional y el aumento del número de nacimientos en el país (Reyes, 2021). Respecto de su integración a la estructuras sociales e institucionalidad chilenas, se caracterizan por acceder a trabajos precarios e informales en áreas urbanas (Imilan; Márquez y Stefoni, 2015; Stefoni y Stang, 2017; Tijoux, 2012). Estas características de su integración laboral se aprecian con más fuerza en el caso de las mujeres, en tanto estas ocuparían un mayor porcentaje de trabajos informales, precarizados y con menor acceso a seguridad social (SJM, 2020), con la consecuente discriminación y vulneración de los derechos laborales maternales de las mujeres trabajadoras gestantes y puérperas (Castillo, 2023).
Según la última encuesta Casen, existen diferencias significativas en cuanto a pobreza multidimensional entre hogares con jefe o jefa de hogar nacido en Chile, versus jefe o jefa de hogar nacido fuera del país. En ese sentido, el 23,4% de las familias migrantes internacionales vive en situación de pobreza multidimensional, en comparación con el 18,4% de las familias nacionales. Esta diferencia se observa en todos los indicadores que abarcan las dimensiones de educación, salud, trabajo, seguridad social, vivienda, entorno, redes y cohesión social (Ministerio de Desarrollo Social, 2018). Respecto de este mismo punto, otras fuentes encumbran al menor acceso a redes de apoyo institucional como principal causa de los mayores índices de pobreza de las familias migrantes en Chile1 (Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), 2020). Debido a estos antecedentes, el embarazo, parto y crianza de los hijos e hijas de estas mujeres puede estar inmerso en este contexto de pobreza multidimensional, propia de frágiles condiciones estructurales ofrecidas por Chile, y que se manifiesta a través de la precariedad económica y la falta de redes de apoyo (Vargas, 2016; Cabieses; Bernales y McIntyre, 2017). En este contexto, muchas de las familias migrantes asumen la crianza de sus hijos e hijas accediendo a viviendas en hacinamiento y ubicadas en barrios inseguros (Jiménez de la Jara et al., 2010; Thayer, 2016), en los que la delincuencia y drogadicción son favorecidos por la falta de seguridad barrial y vulnerabilidad territorial2 en que los grupos migrantes se asientan (Arriagada, 2016). Estos territorios, en su mayoría, son caracterizados por la falta de iluminación y otras amenazas que revisten peligro e inseguridad barrial al brindar insuficiente protección frente a la exposición a estos riesgos (Arriagada, 2016; Jiménez, 2016; Ministerio de Desarrollo Social, 2009). Para refrendar este antecedente, algunos indicadores de seguridad ciudadana disponibles indican que las regiones con mayor presencia migratoria presentan mayores tasas de victimización en el hogar comparado con el total país (INE, 2021). Respecto del hacinamiento, el urbanismo informal, materializado en construcciones deterioradas e improvisadas para ampliar el número de habitantes por vivienda, emerge como solución habitacional que tensiona la dignidad de las familias migrantes (Bellolio y Errazuriz, 2014; Vicencio, 2015). Estos antecedentes son refrendados por resultados de la encuesta Casen (2017), que indican que, en promedio, el 20,6% de la población migrante en Chile vive en condiciones de hacinamiento total, donde el hacinamiento crítico alcanza al 3,9% versus el 0,8% de la población nacional (Ministerio de Desarrollo Social, 2018). En ese sentido, las prácticas de crianza de los hijos e hijas de madres migrantes tendrían lugar en un nuevo espacio de vida, inadecuado para satisfacer las necesidades habitacionales de las distintas etapas del curso de vida familiar, restringiendo la socialización inicial de los niños y las niñas dentro de precarias viviendas y estrictamente a la relación que establecen con sus más próximos entornos (Jiménez de la Jara et al., 2010).
Si bien la evidencia disponible indica que las mejoras en la educación de las madres y de los contextos en que ocurre la crianza, tales como las condiciones de habitabilidad, surten efectos positivos en la salud de sus hijos e hijas comprendida como un completo estado de bienestar (Jiménez de la Jara, 2013; Kaempffer y Medina, 2006; cf. OMS, 2020), las madres migrantes en Chile verían tensionadas estas posibilidades por la precariedad, en tanto limitarían su accionar para superar los obstáculos en pro de un mayor bienestar familiar (Sen, 2012). Producto de esta subalternidad social, las madres migrantes se convertirían en susceptibles de ser situadas bajo opresiones interseccionales constituyéndose en víctimas de la discriminación y la pobreza (Hill Collins, 2012), perpetuando su sometimiento a través de relaciones asimétricas como consecuencia de la desigualdad social sustentada en la subordinación de género, raza/etnia, clase/estatus y estatus de ciudadanía, replegándolas en un espacio de anulación a través de deshumanización social e invisibilización del otro (Fraser, 2012; Hill Collins, 2012; Weber, 1997).
Este enfoque epistémico permite comprender el fenómeno a través del cual las mujeres sufren opresión producto de su pertenencia a algunas categorías sociales, y que, en el caso de las mujeres migrantes, corresponde a una forma profunda de segregación femenina Santibáñez, 2018. La deconstrucción de las interconexiones de las categorías que configuran estas formas de opresión permite profundizar sobre la construcción de las representaciones y discursos hegemónicos en torno al concepto de mujer y madre, dando espacio al reconocimiento de nuevas e individuales formas de ser y criar, y a la existencia de experiencias históricas comunes de un grupo oprimido de mujeres para promover su empoderamiento grupal y, con él, su activismo como expresión de resistencia a opresiones interseccionales sostenidas (Hill Collins, 2012). Además, permite un análisis profundo que explica el empobrecimiento y las violencias que sistemáticamente se infringen sobre las mujeres de color: mujeres no blancas, mujeres víctimas de la colonialidad del poder y de la colonialidad del género (Lugones, 2008), tomando en cuenta las estructuras sociales, las relaciones internacionales y de poder, el neoliberalismo, el nacionalismo y el capitalismo, erigiendo como bandera de lucha la igualdad de toda vida humana (Hill Collins, 2012).
Por otro lado, producto de la interacción de las madres migrantes con la sociedad chilena se producen algunos espacios de contacto en los que además de buenas experiencias, también tienen lugar algunos roces entre inmigrantes, nacionales e instituciones públicas (Zapata, 2004). En muchos de los casos estas tensiones se manifiestan en acciones discriminatorias que se traducen en experiencias llenas de angustia para las mujeres migrantes, donde su cuerpo y acciones serán la primera razón de estas tensiones y, por tanto, tratarán de suspenderlas, ocultarlas o transformarlas (Tijoux, 2012). Es así como los sujetos despliegan estrategias adaptativas sustentadas en el intercambio de patrones culturales para asegurar la supervivencia y reproducción del grupo a través de relaciones sociales en las que sus actuaciones son restringidas según se adecuen mejor a sus intereses (Phillip, 2011). De este modo, los migrantes en las sociedades de destino construyen estrategias de aculturación de orden psicológico relacionadas con el bienestar experimentado como resultado del contacto cultural y de la puesta en marcha de habilidades sociales necesarias para funcionar adecuadamente en un entorno cultural complejo (Searle y Ward, 1990). Dentro de estas estrategias, siguiendo a Berry (2013) es posible encontrar prácticas asimilacionistas, de integración, de marginación y de separación, las que se diferencian entre sí en razón de la disposición mutua de integración existente entre la población migrante y la sociedad de destino.
A partir del despliegue de estas estrategias de aculturación, es que el presente artículo aborda las experiencias de aislamiento de un grupo de madres entrevistadas con ocasión de la crianza de sus hijos e hijas en Chile, comprendiendo este proceso como prácticas de resistencia frente a la adversidad material y su relación con sociedad receptora. Los resultados de investigación abordados en las siguientes líneas corresponden a una categoría de análisis emergente en el contexto de una investigación mayor, titulada: Prácticas culturales vinculados con el proceso de crianza de los hijos e hijas de madre migrante latinoamericana en Chile: una aproximación intercultural desde la cotidianidad; realizada entre los años 2021 y 2022.
MÉTODO
La presente investigación utilizó una metodología cualitativa e interpretativa. Se planteó un enfoque desde el interaccionismo simbólico para explicar un fenómeno construido desde la acción social colectivamente estructurada, que tiene lugar en el espacio donde acontece la socialización (Alexander, 1992). Así, desde los testimonios de la práctica cotidiana, contextos y relaciones en el ejercicio de la crianza de los hijos e hijas de madres migrantes en Chile, se espera explorar en los métodos utilizados por las madres migrantes para resolver la realidad cotidiana.
El grupo de estudio fue compuesto por 39 madres migrantes, de las cuales 19 eran de nacionalidad venezolana, 11 peruana y 9 haitiana entre 22 y 42 años de edad. Estas nacionalidades corresponden a las comunidades con las tres primeras mayorías migrantes al 31 de diciembre 2020 a nivel país, momento en el que se realizó el trabajo de campo de esta investigación. Las participantes fueron seleccionadas a través de muestreo teórico intencionado en búsqueda de grupos específicos de personas que poseen atributos particulares en razón al constructo teórico y objeto de estudio, asegurando así la validez interna de la investigación (March y Prieto, 1999). Con este propósito, se definieron los siguientes criterios de inclusión: ser madre migrante mayor de 18 años de edad, de nacionalidad venezolana, peruana y haitiana, madre de al menos un hijo o hija menor de cuatro años de vida, usuarios del nivel primario de salud y público de educación preescolar. Además, se definió como criterio su residencia en las comunas de Santiago, Independencia y Estación Central, debido a la alta concentración de población migrante en estas comunas de la Región Metropolitana al momento de la realización de esta investigación (INE, 2021). Importante es destacar que cada una de las entrevistadas ha aprobado su participación mediante un consentimiento informado aprobado por el Comité de Ética de la Universidad de Santiago de Chile, según consta en Informe Ético n.° 454/2021.
A cada una de las mujeres se les aplicó una entrevista semiestructurada focalizada organizada como un instrumento abierto, flexible, dinámico y no estandarizado, con el fin de comprender las experiencias y conductas de vida de las participantes (Taylor y Bodgan, 1987). Las entrevistas fueron realizadas por la investigadora entre octubre de 2021 y enero de 2022. En el caso de las mujeres haitianas las entrevistas se realizaron con apoyo de una mediadora intercultural no profesional (Giménez, 1997). Es importante precisar que cada entrevista tuvo aproximadamente una hora de duración y el trabajo de campo se prolongó hasta la saturación de la información, momento en que los relatos obtenidos no aportaron nuevos hallazgos de interés para esta investigación. De este modo, fue posible entrevistar a 39 madres migrantes de nacionalidad venezolana, peruana y haitiana, vía telemática debido a la emergencia sanitaria por Sars-CoV-2. Pese al confinamiento, las entrevistas realizadas permitieron a las entrevistadas entregar sus relatos a distancia en un espacio de tiempo y lugar acordes con sus necesidades y preferencias. Así, fue posible acceder de manera tangencial el mundo privado de sus viviendas y entornos, a la vez que se presenciaron a distancia algunas de sus relaciones familiares.
Las 39 entrevistas realizadas fueron transcritas con apoyo de dos ayudantes de investigación. Con la finalidad de mantener el anonimato, las transcripciones se codificaron con la inicial del término Entrevistada (E) y la inicial del país de origen de la madre seguido del número correlativo de la entrevista, ejemplo: EV1. Los datos obtenidos han sido analizados manualmente por la investigadora mediante la técnica de análisis de contenido (Flick, 2007) y de la observación del lenguaje no verbal realizada durante la entrevista, detallando el contexto y escenas que proporcionan una descripción íntima de la vida social (Taylor y Bodgan, 1987), en un permanente proceso de conjetura, corrección, modificación, sugerencia y defensa de los datos y sus relaciones (Morse y Field, 1995).
Los hallazgos fueron reducidos a temas o unidades más compactas y recurrentes para su revisión y cotejo con los datos reales y los definidos a priori para esta investigación a través de sus objetivos específicos. Por medio de esta codificación abierta, los datos se han vinculado con conceptos ya identificados o subyacentes, para dar forma a categorías y subcategorías de análisis en un menor nivel de abstracción (Polit y Hungler, 2000). En un siguiente nivel de análisis se reagruparon los datos fracturados obtenidos a partir de la codificación para formar explicaciones más precisas en relación con el fenómeno en estudio e identificar patrones, secuencias y relaciones del fenómeno que permitieron teorizar en un nivel mayor de abstracción (Strauss y Corbin, 1990). Este análisis también involucró la teorización en torno a categorías emergentes a lo largo de la investigación, en tanto, como proceso creativo, admite la aparición de nuevas perspectivas analíticas y conceptualización para obtener un producto original (Brogna, 2015). Como producto de este proceso analítico, fue posible teorizar en torno a tres categorías de análisis: preservando la economía, la inseguridad barrial y pasar inadvertida.
PRESERVANDO LA ECONOMÍA
A través de los relatos recopilados, las madres migrantes expresaron optar por el aislamiento social ante la carencia económica y habitacional de sus espacios de subsistencia, lo que las obliga a mantenerse circunscritas, junto con sus hijos e hijas, a los territorios más cercanos, limitando la socialización y la expansión de la vida cotidiana a otros entornos:
Porque se presupuesta y uno trata de cumplir todo, pero salir a un parque, tomar metro, tomar micro, que sin helado porque él pide helado, que sin las papas porque si ve unas papas él pide las papas, aunque no hable, las pide, es salirse del presupuesto. Es complicado, es muy complicado, porque, aunque uno diga: “no, no se gasta”, sí se gasta, porque uno no va a salir a ver el aire, y además que son niños, porque si hay un globo, un globo que brille, ¿sí me entiende? O sea, si él quiere papas y no tengo: “mi amor otro día será” (EV1).
Sí, de hecho, los domingos o los sábados solemos llevarla mucho al parque, de repente no a algunos, si no a los que quedan más cerca, obviamente a ella le gustaría ir a otros lugares, pero nosotros nos adecuamos al lugar donde estamos, porque igual, si bien es cierto, es costoso movilizarnos mucho, no tenemos los medios para salir de Santiago o algo más, si no que, adecuarnos al espacio y también a lo que económicamente se nos ajuste al presupuesto (EV4).
Yo juego con ella, porque yo no la saco a ningún lado. Del jardín viene a la casa, ahí se queda con una niñita con la que juega. A veces la saco a un parque (EV7).
Estos testimonios fueron una realidad expresada preferentemente por algunas madres venezolanas entrevistadas. Este comportamiento puede entenderse desde las tensiones existentes entre la precariedad económica de sus condiciones de asentamiento en Chile y las expectativas que alimentaron sus proyectos migratorios. Paradojalmente, muchas de estas madres se encuentran en un espacio social de devaluación de sus capitales sociales y culturales, lo que las ubica en posiciones económicas más desfavorables en comparación con las que ocupaban en sus países de origen. Desde este espacio de desencuentro económico y social alcanzado en destino, surge la frustración que se manifiesta en estrategias como el repliegue al hogar y la postergación de los deseos de esparcimiento familiar.
Es a través de prácticas de aislamiento social, que implican reservar los momentos de esparcimiento al interior de sus hogares o a sitios aledaños que no impliquen gastos adicionales, es que estas madres migrantes se protegen de la exposición a la frustración ante la imposibilidad de satisfacer los deseos materiales de sus hijos e hijas, tales como juguetes y golosinas. La sociedad chilena, con su amplia oferta de atracciones infantiles, acentúa este contraste, profundizando el sentimiento de incapacidad de las madres para atender estas demandas. Así, estas madres recurren al autocontrol para postergar la satisfacción de los deseos infantiles, convencidas de que, según Achotegui (2012), la convicción de luchar y saber esperar el fruto de esa lucha les permitirá alcanzar mejores condiciones en el futuro. Ante la escasez de recursos económicos, las madres migrantes venezolanas y sus hijos e hijas se repliegan en sus hogares y espacios colindantes, restringiendo el esparcimiento y la socialización a áreas geográficamente cercanas. Esta estrategia evita la utilización de recursos económicos en bienes y servicios no presupuestados durante los paseos, como respuesta a la necesidad de velar por la eficiencia en la ejecución de sus escuetos presupuestos.
En contraste, estas declaraciones de frustración están ausentes en los testimonios de las madres peruanas y haitianas entrevistadas. Esta ausencia podría estar explicada ya que, en muchos casos, las motivaciones de estas madres para migrar a Chile estarían sustentadas en el deseo de acceder a mejoras económicas que facilitaran la crianza de sus hijos e hijas. Desde su mirada, estas carencias materiales parecen resueltas con su llegada al país, ya que el nivel de vida alcanzado, aunque en ocasiones precario, les brinda un acceso económico y a recursos institucionales mayor en comparación con el de sus países de origen, lo que las hace sentir conformes con la vida material lograda en Chile:
Agradezco mucho a Chile, porque mis dos hijos recibieron buena educación en la sala cuna y en la escuela. Agradezco a Chile porque esta sala cuna no nos cobra, y uno puede dejar a sus hijos para ir a buscar comida (EH3).
De esta manera, las diferencias en los relatos y estrategias de las madres venezolanas, peruanas y haitianas relevaron cómo los proyectos migratorios y las expectativas que los acompañan, configuran no solo las realidades económicas de las familias migrantes y la experiencia en cuanto a esta, sino también sus prácticas de crianza y socialización en el contexto chileno.
LA INSEGURIDAD BARRIAL
Como se mencionó en la introducción, gran parte de la población migrante vive en entornos con altas tazas de inseguridad, lo que es reflejado en los relatos de las madres:
Yo no sé si escuchaste la noticia de una señora que apuñalaron con un destornillador, que andaba con su hijo en la mañana, y bueno, esa misma vía es la misma que yo tomaba para la guardería y ese accidente pasó a las ocho de la mañana y yo fui ese mismo día a las diez de la mañana. Entonces digamos que ese mismo acontecimiento me dejó en alerta. No quería ir, no quería caminar por ahí, porque es peligroso, y caminar en invierno a oscuras con mi hijo, entonces no, no quería lamentar (EV5).
No, no muy tranquilamente, porque uno no confía mucho en la gente con quien vive, porque entran y salen, y que salga al patio, hay patio, pero igual no es muy confiable, me gustaría ir a otro lado más tranquilo (EP4).
Yo creo que la crianza depende de cada uno, o sea, no sé lo que pasa afuera, en la calle, porque yo casi no salgo, siempre estamos aquí en casa, y bueno, se supone que la casa es más segura. No, no la dejaría sola, más ahora que veo noticias, nunca la dejaría salir sola (EP6).
Como se puede apreciar, la inseguridad en los territorios que habitan impacta directamente en sus prácticas de crianza y socialización. Estos testimonios evidenciaron cómo algunas madres migrantes optan por el aislamiento familiar como una estrategia de protección frente a la delincuencia y los peligros percibidos en el espacio público. Es así como algunas de las madres entrevistadas refirieron practicar el aislamiento familiar como una forma de protección ante la delincuencia presente en el espacio público, que a su vez repercute en la socialización de sus hijos e hijas.
Como respuesta a estos entornos, investigaciones previas han documentado estrategias similares en otros contextos. Por ejemplo, Bonhomme (2015) describe cómo algunos migrantes peruanos practican el aislamiento al interior de sus hogares, manteniéndose a puertas cerradas y ejerciendo vigilancia comunitaria como respuesta a la inseguridad del entorno. Una práctica similar ha sido descrita en una investigación en madres mexicanas en Estados Unidos, en que restringían el acceso de sus hijos e hijas a los espacios públicos dada su percepción del ambiente como peligroso y, en consecuencia, sus hijos e hijas recibirían supervisión constante, como respuesta a la inseguridad de estos ambientes, a través de mayor vigilancia y menores libertades ante las amenazas del entorno, dibujadas por delincuencia e inseguridad (Fuster, 2012).
De este modo, según las madres venezolanas y peruanas estudiadas, ellas encontrarían al interior de sus casas espacios privados de contención, respeto y crecimiento, por cuanto constituyen lugares simbólicos y reales que implican familiaridad, intimidad, seguridad e identidad, y que les protegen contra la distancia y lo desconocido (Stefoni y Bonhomme, 2015). Cabe señalar la ausencia de estos hallazgos en los relatos de las madres haitianas entrevistadas, lo que sugiere y deja entrever que los espacios económicos y sociales alcanzados fruto de su proyecto migratorio hacia Chile, aunque precarios, parecen ser materialmente aceptables.
PASAR INADVERTIDA
Los relatos de las madres entrevistadas reflejaron cómo la discriminación que enfrentan condiciona sus prácticas cotidianas y estrategias de interacción social. Entre las madres peruanas y haitianas, una estrategia de aculturación frecuentemente encontrada es la de separación:
La verdad es que no, no me junto mucho con chilenos, no porque… no conozco muchos, mayormente me junto con personas peruanas, trato con venezolanas (EP11).
Ella dice que en su trabajo no hay chilenas. Ella dice, va de su trabajo a su casa. Ella dice que tiene la oportunidad para compartir con personas cuando va al hospital, cuando va a la feria, pero que luego se va a la casa no más. No ha sido discriminada porque no tiene mucho contacto con personas (sic) (EH6).
Bien, porque donde estudio yo las amigas que tengo son como yo. Sí, hay ecuatorianas y son morenas como yo (EH2).
Tiene una amiga que su compañera le molesta en el trabajo y se siente muy mal y dejó el trabajo por eso (sic) (EH9).
Para abordar la discriminación de la que algunas de las madres migrantes entrevistadas son objeto, estas desplegaron algunas estrategias que se relacionan con el aislamiento o limitación de sus vínculos sociales a espacios donde predominan personas migrantes o que comparten características fenotípicas similares, como el color de piel. De este modo, el aislamiento entre mujeres de su nacionalidad o que comparten su condición de migrante, implica la conformación de identidad a través de un sentido de pertenencia compartido entre ellas y contra otros, reconfigurando la identidad a través de la membresía a una comunidad que, a su vez, distingue de la cultura hegemónica a los grupos migrantes y la sociedad chilena (Stefoni y Bonhomme, 2015). Lamentablemente, esta práctica reduce sus posibilidades de esparcimiento y socialización, incluso detonando la decisión de abandonar sus lugares de trabajo perpetuando la soledad afectiva en la que estas mujeres se encuentran y la discriminación de la que son objeto y que, en tanto mujeres, migrantes y carentes, limitan de esta forma sus posibilidades de integración a la sociedad chilena (Arriagada y Moreno, 2012).
Cabe señalar que estos relatos están presentes en los discursos aportados por las madres migrantes peruanas y haitianas; sin embargo, se encuentran ausentes en los relatos de las madres venezolanas. Este hallazgo podría encontrar explicación desde un enfoque interseccional, por cuanto las mujeres peruanas y haitianas estudiadas, debido a su condición de género, clase y raza, son ubicadas en un espacio social como sujetos subalternos y objeto de discriminación. Particularmente la clase social y la marca fenotípica que significa el color de la piel facilita la ocurrencia de estos atropellos y desencadena la automarginación o separación de las madres migrantes del espacio social como estrategia de autoprotección. En relación con este último punto, vale la pena reflexionar sobre las estrategias a través de las cuales las madres venezolanas evitan, enfrentan y resisten a las prácticas discriminatorias. Estas madres, a diferencia de las anteriores, refieren interactuar permanentemente con la sociedad chilena en búsqueda de la integración con ocasión de la crianza de sus hijos e hijas; sin embargo, prefieren guardar silencio ante el temor a represalias por sus acciones o comentarios de desaprobación hacia lo que perciben como prácticas discriminatorias, de las cuales ellas y sus hijos e hijas son frecuentemente objeto:
Pero yo me callo, no digo nada, porque como que tiene xenofobia con los extranjeros. Pero lo que yo hago es quedarme callada, no opino, no digo nada. Ni le llevo la corriente ni nada (EV15).
Evito decir las cosas que no me gustan por ser inmigrante y más ahora con este problema que se está presentando con los venezolanos mucho más. Me da miedo, entonces me causa un poco de frustración porque es lo que me ha tocado como mamá, como inmigrante (EV2).
De este modo, estas madres en vez de esconderse prefieren guardar silencio. Esta práctica de acatar a través del silencio ya ha sido descrita en relatos de vida aportados por madres venezolanas en una investigación de Millaleo (2015); estas madres, por miedo a las represalias, prefieren no hablar por tener marcado el acento, intentando pasar inadvertidas o pasar piola3 (sic) (EV1).
Estas experiencias de discriminación generan ansiedades en la crianza de los hijos, ya que ponen a la madre en una posición de vigilancia constante sobre sus actos y palabras y cómo estos pueden no solo afectarla a ella:
Me cuesta un poco decir las cosas por el tema de que pueda haber represalias, de que puedan quitarle la atención, de que los procesos sean más largos, ese es mi temor y que en cierta forma lo viva mi hijo, porque él no tiene la culpa de nada (EV1).
Sí, mi hijo nació aquí, él es chileno de padres extranjeros. A veces el tema de la salud por ser migrantes es complicado, porque yo particularmente me reprimo mucho de decir cosas que no me gusten o cosas que no sé, me siento incomoda al reclamar o exigir (EV1).
Un poco difícil. Por ejemplo, el año pasado fui a comprar algo en patronato y pedí un número a la señora y me dio otro y yo le dije que mi hija es un poco gordita y tiene el pie muy gordo y le dije que era muy chiquitito para el pie de mi hijo, y la señora me dijo “es negra y más encima tiene el pie muy gordo”, así me dijo la señora, la miré y le di alguna respuesta bien dura, y me fui. Hay mucha discriminación aquí, mucha discriminación aquí… (EH2).
Cómo se aprecia en las citas, esto puede condicionar las relaciones con la institucionalidad y un miedo general a la vulnerabilidad de su hijo/a a ser discriminado/a. Lo que se genera el deseo de proteger a sus hijos de las mismas experiencias de exclusión que ellas enfrentan.
DISCUSIÓN
A partir de los relatos de las madres es posible sintetizar la idea del resguardo ante las diferentes amenazas que enfrentan desde entornos vulnerables, donde se intersectan sus opresiones por ser mujeres, migrantes, racializadas y de bajos recursos. Estos resguardos las impulsan a generar prácticas de aislamiento, tanto físicas como sociales, para enfrentar situaciones de opresión y vulnerabilidad. Tal aislamiento responde en distintas dimensiones, desde la protección económica, la inseguridad en los barrios donde residen y las experiencias de discriminación. En este sentido el hogar constituye un espacio de protección y pertenencia, en contraposición con un contexto social percibido como hostil y se erige como el espacio material que contiene al hogar y que representa un rol principal para este resguardo.
En palabras de Bonhomme, el hogar emerge como un espacio donde el migrante puede sentir un mayor control, pertenencia y capacidad de acción en un territorio dónde el afuera puede carecer de esos elementos:
Si la ciudad es un espacio geográfico extraño y externo, y la sociedad receptora les hacer percibir cotidianamente cómo son ajenos a ella –a través de relaciones excluyentes o tratos discriminatorios–, el hogar les ofrece un espacio donde pueden (o no) “encontrarse”, donde no son ajenos sino parte constituyente de este (Bonhomme, 2013, p. 12).
En ese sentido, las prácticas de aislamiento se vinculan con el resguardo en el hogar como un espacio de control en contraposición a un contexto social, que posee un carácter amenazante debido a su ajenidad y hostilidad. Esto se visualiza sobre todo en el aislamiento a causa del resguardo económico, que, en el caso de las madres venezolanas entrevistadas, se avizora con el objetivo de respetar sus exiguos presupuestos pero, a su vez, limitando las posibilidades de socialización de sus hijos e hijas.
Por otro lado, como respuesta a los espacios inseguros en que habita la población migrante en Chile, la crianza de sus hijos e hijas se perfila dentro de los límites del espacio privado, cotidiano y, por tanto, considerado seguro, con el fin de velar por su propia protección. Este resguardo al mismo tiempo merma las posibilidades de interacción con la sociedad chilena y en consecuencia restringe la integración de los niños y niñas a otros sistemas sociales distintos a los dibujados por los límites del hogar. Así, los acervos culturales maternos y los existentes en el espacio cercano en que cotidianamente construyen su hábitus, se erigen como únicos referentes de socialización. Producto de este aislamiento, las prácticas de crianza y oportunidades de estimulación psicomotoras de los hijos e hijas de las madres migrantes entrevistadas vinculadas con el juego, recreación y exploración se circunscriben a los límites que sus entornos permitan, exponiéndolos a los riesgos asociados con la inseguridad territorial en la que habitan y perpetuando las desigualdades en que estos niños y niñas migrantes residen en el país.
En el punto relacionado con el aislamiento debido a las percepciones de discriminación, también puede surgir una noción de hogar, en tanto la relación con otros migrantes pueden plantearse como instancias que tienen ese componente de familiaridad, pertenencia y control. Frente a la discriminación, las madres peruanas y haitianas refieren prácticas de aislamiento social en las que prefieren reducir sus espacios de contacto social solo a grupos también migrantes, evitando así al mínimo la interacción con población chilena. Por su parte, de las madres venezolanas entrevistadas se obtuvieron relatos que indican su preferencia a responder a través del silencio a aquellas interpelaciones que eventualmente pueden evidenciar su condición de migrante, por miedo a represalias en la entrega atenciones institucionales de salud y educación. Es entonces que a través de estrategias tales como: el aislamiento social, la desconfianza, la omisión y el silencio, estas madres migrantes entrevistadas afrontarían los conflictos, carencias, inseguridades y discriminación, entre otras amenazas.
Desde el enfoque interseccional, estas prácticas de aislamiento evidencian las tensiones estructurales que enfrentan estas mujeres, pero también su capacidad de agencia y resistencia. Desde ese lugar, puede asociarse directamente con el aislamiento social es la falta de redes de apoyo. Como plantean Grau et al. (2023), las madres migrantes en Chile expresan una sensación de soledad y una añoranza de contar con el apoyo familiar en la crianza de sus hijos e hijas. Las redes en este caso podrían, por ejemplo, facilitar y estimular la realización de actividades de recreación fuera del hogar o también generar una presencia simbólica y pragmática que permitiera aumentar las sensaciones de seguridad y apoyo en la protección de sus hijos e hijas. Esta idea puede apoyarse con lo planteado por Perreira et al. (2006), quienes proponen la ausencia de redes tanto sociales como institucionales como uno de los principales factores de riesgo del aislamiento social de madres y padres migrantes. Entonces, si bien el aislamiento puede interpretarse como una respuesta adaptativa, también constituye un acto de resistencia que desafía las narrativas de victimización pasiva, dado que, a través de estas estrategias, las madres migrantes reclaman simbólicamente su derecho a construir espacios seguros para ellas y sus hijos, al tiempo que resisten las dinámicas de exclusión y discriminación presentes.
Finalmente, es importante reconocer que estas estrategias de aislamiento conviven con procesos de integración transformando las vivencias de las mujeres y sus hijos e hijas en un fenómeno complejo y dinámico. A pesar de que el aislamiento puede ser una opción predominante frente a las precariedades, no constituye la totalidad de su experiencia, en tanto las madres migrantes entrevistadas también participan en espacios sociales y construyen redes de apoyo que favorecen su adaptación e interacción con la sociedad chilena. Por lo tanto, resulta crucial evitar visiones totalizantes que reduzcan su experiencia a una única narrativa.
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- Según la encuesta Casen 2020, en pandemia, la cantidad de familias migrantes que recibieron el Ingreso Familar de Emergencia (IFE) durante ese año correspondió a un 22%, versus un 32% de las familias nacionales que tuvieron acceso a dicho beneficio (Ministerio de Desarrollo Social y Familia, 2021).
- Para el año 2022 las tasas de victimización en el hogar por delitos de mayor connotacion social fueron: Región Metropolitana 27,7%, Antofagasta 33,9% y Valparaíso 19,4%; versus la tasa general de victimización a nivel país, de 21,8% (INE, 2023b). Respecto de la percepción de inseguridad para el mismo año, la Región Metropolitiana registró un 89%, la Región de Antofagasta un 93.5%, mientras que la Región de Valparaíso registró un 90,5 %; versus el promedio país de 90,6% (INE, 2023b).
- Pasar inadvertido, hacer algo sin que se den cuenta.