Artículo Vol. 1, n.º 15, 2022

Republicanos españoles en la encrucijada: memoria y protagonistas de la Guerra Civil y el exilio de 1939

Autor(es)

Julián Chaves Palacios

Secciones

Sobre los autores

RESUMEN

La Guerra Civil Española de 1936 y sus consecuencias es uno de los contenidos historiográficos de mayor demanda por parte de los investigadores. La extensa nómina de publicaciones sobre este pasado pone de manifiesto el interés que ha suscitado y sigue suscitando a los historiadores. En este trabajo hemos tratado de profundizar en el conocimiento dos de sus protagonistas, Manuel Castillo y José Giral, pertenecientes al bando republicano. Y lo hemos hecho a través de la consulta de la documentación y estudios existentes, pero también a través del testimonio oral en el convencimiento de que un uso racional de este recurso completa la información existente y nos abre a otros campos de conocimiento más amplios y diversos. A través de la entrevista a descendientes, en este caso hijos de estos dos exiliados, hemos podido abrir nuestro análisis hacia vertientes interesantes de estos personajes tanto en sus vivencias en la Guerra Civil como en los inicios de su precipitado abandono de España en búsqueda de un país de acogida.

ABSTRACT

The 1936 Spanish Civil War and its consequences represent one of the most prevalent historiographical contents among researchers, particularly historians, embodied in the vast number of publications that continue to arise until these days. In this work, we have attempted to study two of its Republican protagonists, Manuel Castillo, and José Giral. We have examined existing documentation and studies on the topic and checked oral testimony in the conviction that a rational use of this resource completes the existing information and opens a broader and more diverse field of knowledge. Interviewing these two exiles’ children has made possible to open our analysis to interesting aspects of the characters both concerning their experience during the Civil War and the beginning of their hasty abandonment of Spain in search of a host country.

1. INTRODUCCIÓN

Avanzado el siglo XX y en estrecha relación con el proceso descolonizador iniciado en 1945, nos encontramos que en los nuevos Estados, ante la ausencia de archivos, la tradición oral constituyó, junto a la arqueología, el único depósito disponible para reactualizar su historia colonial (Alted Vigil, 1988). Se recogieron testimonios de ancianos, de cuentos, de leyendas y genealogías conservadas por tradición oral dentro de las tribus, lo que dio lugar, por su propia naturaleza, a una historia de la cultura popular, cuyos métodos, basados en la utilización de fuentes orales, fueron asimilados por la historiografía occidental (Ki-Zerbo, 1990).

Y en ese sentido cabe indicar que las pruebas orales han sido objeto de gran atención dentro de la corriente historiográfica identificada como Historia desde abajo (Fraser, 1993), al considerar que permiten restablecer las contradicciones y ambigüedades de situaciones históricas, y en particular los deseos –para no decir el deseo– de los que participaron en los acontecimientos y se encargan de transmitirlos. Del mismo modo se ha debatido el problema de la influencia del historiador-entrevistador y de la situación de la entrevista en las declaraciones de testigo, aunque, y ello es necesario señalarlo, la crítica de los testimonios orales no ha alcanzado la complejidad de la crítica documental, que se viene ejerciendo desde hace siglos (Moradiellos, 2001, p. 57 y ss.).

Igualmente es preciso señalar que no existe coincidencia entre los historiadores a la hora de referirse al testimonio oral. Algunos prefieren hablar de fuentes orales mientras que otros de historia oral. De cualquier forma, una cuestión es evidente en la utilización de la historia oral: su capacidad de reconstruir ambientes (Folguera, 1994, p. 82), siendo evidente su utilidad cuando se analizan hechos en los que contamos con testimonios de vida, con recuerdos sobre lo sucedido que pueden desaparecer con sus testigos (Egido León, 2009). Y pese a las reservas con las que debe ser aceptada, sobre todo por la fragilidad memorística de muchos testigos, de las posibles lagunas en los datos y hechos expuestos, sin olvidar el grado de subjetividad de la información ofrecida, debe ser tenida en cuenta como un complemento más del quehacer historiográfico. Un recurso para recuperar recuerdos que están destinados desparecer y que combinando historia y memoria se pueden salvar del olvido (Prins, 1993). Esa complementariedad, sin embargo, no ha sido aceptada por muchos historiadores, remisos a aceptar esta técnica historiográfica. Como indica uno de sus principales defensores, Paul Thompson (1988, pp. 83-84):

La oposición a la evidencia oral se basa tanto en apreciaciones personales como en principios. Los historiadores de la vieja generación que ocupan la cátedra y tienen las llaves en sus manos, son instintivamente reacios a la introducción de nuevos métodos. Lo cual implica que ya no controlan todas las técnicas de su profesión. De aquí los comentarios despectivos acerca de los jóvenes que patean la calle con grabadoras.

Debates enriquecedores en no pocos aspectos, que sin embargo no obstruyen la creciente importancia que esta práctica historiográfica basada en la recogida de testimonios orales tiene para los historiadores, especialmente tras el último tercio del siglo XX con el auge de lo que se conoció por Nueva Historia (Le Goff y Nora, 1978).

En lo referente a España, que es al que es al país al que se circunscribe el presente trabajo, en la década de 1970 se realizaron algunas investigaciones con fuentes orales, aunque no ha sido hasta la consolidación democrática a partir de los años ochenta cuando se ha incrementado su utilización, que se ha orientado, sobre todo, hacia el estudio de la Guerra Civil de 1936-1939 (Fraser, 1979). También a la movilización obrera y represión franquista, entre otros contenidos (Núñez, 1990). Trabajos en los que se ha demostrado la validez del testimonio oral cuando ha sido debidamente contrastado con otras fuentes. Ese filtro resulta indispensable para determinar el grado de veracidad y eliminar en lo posible el grado de subjetividad inherente a esta práctica.

Eso al menos es lo que hemos pretendido demostrar en este artículo, dedicado a republicanos españoles que vivieron directamente la Guerra Civil y, al iniciarse el año 1939, se marcharon al exilio. Protagonistas que unieron a la quiebra física y moral que les originó permanecer en un país resquebrajado por una contienda armada de casi tres años de duración, el desarraigo y esfuerzo que les supuso rehacer sus vidas y las de sus acompañantes allende sus fronteras. Tuvieron que adaptarse, hacer frente a la adversidad para enderezar una hoja de ruta en que el señuelo por regresar a una España en paz y democracia se fue volatilizando con el paso de los años.

Y para dar a conocer esa experiencia hemos recurrido a las fuentes documentales y, sobre todo, testimoniales. Entendemos que la conjunción de ambas, junto a las bibliográficas, es primordial para acceder a la historia de los protagonistas y su entorno. Eso al menos es lo que pretendemos demostrar en este trabajo con el estudio de dos destacados republicanos españoles: Manuel Castillo y José Giral Pereira, que tienen en común haber vivido la guerra en la zona controlada por la República y tener el mismo destino en el exilio: México. También la existencia, en ambos casos, de entrevistas realizadas a sus hijos, Francisco Giral y Luis Castillo, sobre sus vivencias durante esos períodos.

A su conocimiento dedicamos este trabajo que da a conocer las vivencias de Castillo y Giral, no solo en lo relativo a su evolución profesional sino también social y familiar, gracias a la información que nos facilitan recursos como las fuentes orales. Con ese objetivo, comenzamos por el final, es decir, resaltando la importancia de México para los exiliados españoles de 1939, para después abundar en la singladura vital de ambos en los períodos objeto de análisis, con especial énfasis en los pasajes de sus vidas más significativos y consecuencias.

2. EL OBLIGADO EXILIO REPUBLICANO TRAS LA GUERRA CIVIL: MÉXICO COMO DESTINO

Las secuelas del exilio a causa de la derrota republicana en la Guerra Civil en España fueron considerables en la sociedad española. Un exilio de cerca de medio millón de personas que ha sido objeto de especial atención bibliográfica y cada vez es, afortunadamente, mejor conocido en todos sus ámbitos (Villares, 2021). Experiencia vital que para la mayoría de los refugiados se desarrolló en medio de un ambiente social no siempre receptivo en sus respectivos destinos, al que tuvieron que aclimatarse obligados por las circunstancias (Mateos, 2009).

En cuanto a su reparto, el continente europeo y latinoamericano, sin olvidar el africano en su zona más septentrional, acapararon la diáspora de republicanos españoles, bien entendido que el primero de esos destinos tuvo en Francia al principal país de acogida (Vilar, 2006), aunque para muchos republicanos fue provisional. Y es que, a las dificultades relacionadas con el tratamiento recibido por la mayoría de ellos tras su llegada a tierras francesas, con su internamiento en campos de concentración (Chaves, 2022, p. 49), se unieron los problemas inherentes a la ocupación del territorio galo por las tropas de Hitler, que originaron en muchos exiliados la búsqueda de otro país menos problemático, especialmente en el continente americano (Pla Brugat, 2002).

Tabla 1. Exiliados españoles a América a causa de la Guerra Civil

Fuente: Vilar, 2006, p. 388.

Naciones hispanoamericanas como México, Chile y República Dominicana aceptaron recibirlos con la condición de que abonaran el desplazamiento desde su punto de partida y que al menos contaran con ahorros suficientes para afrontar las primeras semanas de estancia. Consideraciones que no impedían el traslado a unos países que ofrecían el atractivo de poseer una lengua y una cultura comunes; a lo que cabe añadir la posible solidaridad de aquellas familias de españoles que habían emigrado a estas tierras a lo largo de la etapa contemporánea y se prestaban a ayudarles. Aspectos muy a tener en cuenta al tomar una decisión de esas características, pues si bien en Francia gozaban de la proximidad a los Pirineos, poco cabía esperar de su estancia en unas tierras ocupadas, al iniciarse la década de 1940, por las tropas alemanas.

En total, como puede apreciarse en el cuadro que se expone sobre “exiliados españoles a América”, la cantidad total de desterrados se situó en unas cuarenta y cuatro mil personas, una vez descontados los quince mil aproximadamente que fueron anotados países de Hispanoamérica. Cantidad superior a cuarenta mil refugiados de los que un 70% se instalaron en México, un país que sin duda marcó la diferencia en cuanto al número y tratamiento concedido a los españoles que atravesaron el océano Atlántico a causa de la Guerra Civil.

Nuestros dos protagonistas, José Giral y Manuel Castillo, tuvieron como país de destino México. Una nación que desde inicios de la guerra civil se había mostrado abiertamente colaboradora con la causa republicana y muy especialmente en su final (Matesanz, 1999), con la acogida de miles de exiliados que, inicialmente, se habían refugiado en suelo francés (Rubio, 1997), siendo internados muchos de ellos en campos de concentración (Gratereaux, 1991). El Gobierno de México acudió en su ayuda y decidió admitir a un número ilimitado de republicanos españoles si las instituciones republicanas en el destierro se comprometían al pago del transporte y contribuían a su instalación.

Ello dio lugar a la partida con ese destino de numerosos exiliados, entre los que se encontraban los dos comprendidos en nuestro objeto de estudio. Expediciones como la pionera del Sinaia, fue continuada por los barcos Ipanema y Mexique, junto a otras expediciones sucesivas, de forma que al finalizar marzo de 1941 habían salido rumbo a México 9695 españoles, y en 1942 embarcaron 2534 republicanos (Abellán, 1976, p. 126).

Y es que, tras las lógicas dificultades iniciales, lo cierto es que por lo general los exiliados se aclimataron pronto a las tierras mexicanas y, lo más importante, mostraron su beneficio para su sociedad al convertirse en referencia de los avances científicos y tecnológicos. Aportación que se vio refrendada por iniciativas como el ofrecimiento, en 1940, de la nacionalidad mexicana a todos los refugiados españoles, medida del presidente Cárdenas a la que se acogieron el 70% de los exiliados en esas tierras. Respuesta que encontró la aceptación y reconocimiento hacia la labor de modernización que estaban realizando en el país (Ojeda, 2005).

Un éxodo que dejó una profunda huella cultural y modernizadora. Y en ello tuvo mucho que ver su composición socio profesional, con un predominio manifiesto del sector terciario (Pla Brugat, 2002). Sector que alcanzó en México la mitad del total de refugiados españoles en ese continente. Y entre ellos destacaban un importante componente de científicos, médicos, académicos, historiadores, musicólogos, poetas, pintores, editores, sociólogos y filósofos, que se integraron en el pensamiento nacional de esa nación (Sánchez Ron, 2001). Como destaca Andrés Lira (2001), presidente del Colegio de México:

“El gran aporte de los españoles fue la profesionalización de la investigación y la enseñanza, la dedicación plena. En esa época, sus conocimientos confluyeron en un ambiente abonado por el barbecho tremendo que fue la revolución mexicana (1910-1917)”.

Rectores, catedráticos, profesores, escritores obtuvieron puestos docentes universitarios, la mayoría en la Universidad Nacional Autónoma de México, también en el Colegio de México o institutos de interés. Y entre esos académicos se encontraban Manuel Castillo y José Giral Pereira, a quienes dedicaremos, con el fin de dar a conocer su peripecia y, por ende, la del exilio republicano español de 1939, las siguientes páginas.

3. EL PROFESOR MANUEL CASTILLO QUIJADA

Manuel Castillo, tras pasar al exilio, permaneció más tiempo en Francia que Giral, aunque igualmente su destino final y el de su familia también fue México, en cuya capital falleció el 25 de enero de 1964, cuando contaba 94 años. Algunas referencias biográficas sobre la dilatada vida de este madrileño permiten apreciar que quedó huérfano de joven y se educó en un colegio protestante alemán, en que pudo cursar el bachillerato becado. Fue seleccionado para ir a Alemania a ejercer de pastor protestante, pero decidió seguir en España.

3.1. Profesor y escritor

Posteriormente, cuando contaba la edad de 18 años, opositó al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios del Estado y obtuvo plaza, siendo destinado a la Universidad de Salamanca. Y en 1897 consiguió la cátedra de profesor en Instituto de Enseñanzas Medias, especialidad de Francés, que ejerció en la ciudad de Cáceres hasta 1918, puesto que simultaneó con la dirección del Instituto de Enseñanzas Medias (Cardalliaguet, 1997, p. 125). Su cónyuge era María Iglesias, con la que tuvo siete hijos, de los que sobrevivieron cuatro: Agustina, profesora de corte; María Purificación, maestra de primaria; Diego, ingeniero y Luis, catedrático y autor de la entrevista que utilizaremos en este artículo.

Además de la enseñanza, era un hombre comprometido con su tiempo, especialmente en actividades culturales, siendo unos de los principales promotores de la Revista de Extremadura, que vio a la luz su primer número al iniciarse 1898 y se convirtió en una publicación centenaria. Militante del Partido Liberal, su liderazgo político y competencia periodística le condujo pronto a la dirección del órgano de comunicación de ese ideario en Cáceres, periódico “El Noticiero” del que era articulista habitual. Además, fue autor de diversos libros 1. Participó, asimismo, en los incipientes movimientos regionalistas de inicios del siglo XX en España, y fue uno de los organizadores de “Amigos de la Región” (Sánchez Marroyo, 1988, pp. 63-90).

Cultivó amistad, entre otros, con el periodista y político Roberto Castrovido, también con Pedro Mora, que fue subdirector de la Biblioteca Nacional; e igualmente con Miguel de Unamuno, en este caso fruto de su paso por Salamanca. Según recuerda su hijo Luis, cuando viajaba a Cáceres, don Miguel se hospedaba en su domicilio: “Recuerdo que siempre estaba haciendo figuritas sea con papel o sea con migas de pan. Lo veíamos también en Portugal, cuando íbamos de vacaciones a Figueira da Foz, siendo amigos nuestros los hijos de Unamuno. Siempre estábamos juntos”.

En 1918 se trasladó, junto con su familia, a un instituto de la ciudad de Valencia con el fin de que sus hijos pudieran cursar estudios superiores. Previamente fue nombrado miembro de la Real Academia de la Historia. En Valencia siguió ejerciendo como catedrático y no olvidó sus labores periodísticas. Fue director del periódico “La Voz Valenciana”. Identificado con la República española, ante la inminente victoria del bando de Franco en la guerra civil y temiendo por su futuro y el de su familia, decidió abandonar España en 1939 y exiliarse en Francia y, poco después, en México.

Iniciaba de esa forma, cuando contaba ya con 70 años y era víctima de un profundo dolor y sufrimiento por tener que abandonar su país en unas circunstancias tan trágicas, una nueva peripecia vital en otra nación, en la que, pese a su avanzada edad, supo dejar huella como hombre de cultura e intelectual comprometido con su país y la República.

De ello, y de otros contenidos, nos da cuenta su hijo Luis Castillo Iglesias, que nació en Cáceres en 1903, se licenció en Filosofía y Letras y Derecho en Valencia, y ejerció, al igual que su padre, de catedrático de Instituto de Enseñanzas Medias, especialidad en Historia. También fue director de Instituto, en este caso en la valenciana localidad de Alcira.

3.2. Guerra y exilio en Francia

La entrevista de que fue objeto y nos sirve de base para este artículo, fue realizada en México D.F. en los años 1978 y 1979 2, y en ella se recogen sus vivencias y, por ende, las de su familia y muy especialmente de su padre. En ese sentido nos ocuparemos del exilio, aunque para entender este es preciso hacer referencia a sus antecedentes, es decir, la contienda armada que asoló España entre 1936-1939. La ciudad de Valencia, en la que residían, permaneció en poder de la República hasta el final de la Guerra Civil.

Por tanto, este conflicto armado lo vivió la familia de Manuel Castillo en esa ciudad y en la descripción de los acontecimientos efectuada por Luis nos deja el siguiente testimonio sobre la sublevación y su vida como militar:

Pasamos malos ratos pues en Valencia, a excepción del regimiento de artillería y uno de infantería que el coronel se negó a sublevarse, los demás se encerraron con sus unidades en los cuarteles desde el 18 de julio hasta el 5 o 6 de agosto en que los asaltamos por la noche, armados de escopetas y fusiles […], quedando la ciudad en poder de los republicanos. En la guerra consideraba que mi deber era seguir en el Instituto hasta septiembre de 1937 en que ya había escasez de oficiales, especialmente de artillería, y entonces me incorporé al ejército, mi hermano y yo, y nos destinaron a la artillería antiaérea. Estuve en la batalla del Ebro, de allí pasamos al Segre, a Barcelona […] Tuvimos 22 días de retirada de Barcelona hacia la frontera. La artillería antiaérea iba cubriendo línea pues no había infantería. Los únicos que íbamos más o menos organizados éramos nosotros que cubríamos la retirada hasta la frontera con Francia […].

En su testimonio expresa el control republicano de su ciudad de residencia, Valencia, pese al ruido de sables que se registró en los cuarteles durante más de dos semanas. También que continuó ejerciendo la docencia hasta que la negativa evolución de la guerra para la República le obligó a incorporarse a filas. Coyuntura complicada pues a partir de entonces los combates resultaron muy desfavorables hasta el punto de que, tras la derrota republicanas en la decisiva batalla del Ebro, en el verano y otoño de 1938, la suerte de Cataluña estaba echada y con ella se anunciaba el pronto final de la guerra.

Luis y su hermano eran conscientes de ello y trataron de acelerar la salida de España de su familia:

Estuve unos cinco meses sin ver a la familia tras ser movilizado y yo desde el frente y mi hermano desde Gerona, instábamos a mis padres y resto de miembros a que marcharan a Barcelona con nosotros, que no se quedaran en Valencia pues ya habían cortado las comunicaciones. Gracias a esas recomendaciones, mi padre, mi madre y mis dos hermanas, junto a mi tía, salieron en un barco mercante cargado de bidones de gasolina. Viajaron toda la noche y dieron la vuelta a la isla de Mallorca y entraron a Barcelona. Y dio la casualidad de que estaba en la ciudad pues a mí unidad, entre batalla y batalla, nos llevaban a Barcelona a reforzar su defensa antiaérea. Fui a buscarlos al puerto y los saqué de allí. Alquilaron una casa y trataron de organizarse como pudieron.

Por tanto, a través del testimonio de su hijo conocemos que Manuel Castillo y familia abandonaron precipitadamente Valencia ante el riesgo que suponía permanecer en esa ciudad. Su destino fue Barcelona, que en absoluto gozaba de estabilidad, como lo demuestra que el 26 de enero de 1939 fue controlada por las tropas franquistas. Era el anuncio por adelantado del final de la Guerra Civil. Lo que sucedió en zona republicana tras esa ocupación constituyó una adaptación precipitada a este desenlace, no por previsto menos dramático y desolador. La frontera pirenaica con Francia era la salida natural de la mayoría de los republicanos que trataban de abandonar España ante el avance de las tropas de Franco por tierras catalanas, y no podía demorar la marcha hasta esas posiciones pues estas unidades aceleraban sus acciones para alcanzar ese territorio fronterizo y cortar esa salida masiva de españoles.

Por tanto, ese traslado familiar fue meramente coyuntural y supuso la preparación del abandono definitivo de España a través de la frontera francesa. El mismo Luis alcanzó esas posiciones el 11 de febrero de 1939 con su brigada de ejército.

Estaban pasando a Francia las últimas baterías y a mí me mandó el comandante que tomara un coche y que atravesara la frontera, con la idea inocente por parte de él, que organizara la brigada al otro lado, pues en teoría íbamos a territorio francés con armamento. Entré en Francia con el vehículo por el puesto fronterizo de Le Perthus. Observé un movimiento de gendarmes que se pusieron en fila. Miré para atrás y vi cómo los gendarmes habían echado la cadena a la frontera y los artilleros de las dos últimas baterías que venían detrás tuvieron que tirarse de los camiones y pasar a pie.

Yo seguí adelante, pasaron, pero un sargento me pidió la pistola, le dije que a él no se la daba que viniera un oficial. Vino un oficial joven, le di la pistola y me dijo que había tres heridos de las internacionales allí, que si les podía llevar en el coche: “que suban”. Subieron y arranqué. A todos les quitaban el coche y les hacían ir a pie. A mí me detenían pero al llevar a heridos me indicaban que adelante. Así llegué hasta el campo de concentración de Saint Cyprien, al lado del de Argelés, es decir a orilla del mar y a la altura de Perpignan. El campo de Argelés estaba repleto de reclusos y los últimos fuimos destinados al de Saint Cyprien, donde estuve recluido unas tres semanas. Pronto se masificó y estuve cuatro días sin comer nada. Me liberaron gracias a las gestiones de mi familia y amigos.

Interesante testimonio en que Luis nos narra en primera persona las vicisitudes que pasaron miles de españoles apelotonados en los puestos fronterizos franceses. Fue uno de los pocos privilegiados que pudo pasar en coche. La mayoría tuvo que acceder a pie y, por supuesto, fueron despojados de cualquier tipo de armas y pertrechos. Asimismo, nos pone de manifiesto las dificultades de los exiliados en Francia y el desairado recibimiento por parte de las autoridades de ese país que no dudaron en recluir a la mayoría de los refugiados españoles a campos de concentración.

Tabla 2. Número de españoles recluidos en campos de concentración franceses hasta marzo de 1939

Fuente: Beevor, 2005, p. 761

En el cuadro que se expone sobre estos centros de reclusión y el número de presos de cada uno de ellos, se puede apreciar que era el de Saint-Cyprien el más nutrido, al albergar a casi cien mil republicanos. Sin embargo, este no fue el principal centro de internamiento que alojó a los exiliados, sino el referido en el testimonio de Argelès-sur-Mer que comenzó a funcionar el 1 de febrero de 1939. Ambos se encontraban ubicados, junto al de Barcarès, que tuvo recluidos a aquellos que optaban por una repatriación inmediata, en zonas marítimas, según puede apreciarse en el mapa que se acompaña del sudeste francés.

Imagen 1. Mapa del sudeste de Francia: poblaciones de la Zona Marítima

Y si ese era el destino inmediato de Luis en Francia, cabe preguntarse cuál había sido el de sus padres y hermanos. En ese sentido señala lo siguiente:

Mi familia se internó en Francia cuatro o cinco días antes que yo. La había sacado mi hermano por Port Bou y fueron a Toulouse. Y allí me reuní con ellos tras salir del campo de concentración. Recuerdo en ese sentido una grata sensación: llevaba en España casi tres años viviendo en ciudades a oscuras y cuando salí de Saint Cyprien y entré en Perpiñán me produjo una sensación enorme ver la ciudad iluminada por completo. Desde Perpiñán, al día siguiente salí para Toulouse a reunirme con mi familia. Mi padre llevaba los papeles personales de cada uno, los títulos y demás documentos, todos metidos en un portafolio grande y no se separó de ellos, de manera que gracias a eso tuvimos, siempre a mano, todos los documentos que acreditaban nuestra nacionalidad y profesión. La familia tenía la idea fundamental de salir de Francia porque nosotros nada más llegar a Toulouse ya vimos que la guerra se echaba encima.

Padres, hijos y demás miembros de la familia acordaron establecerse en la francesa localidad de Toulouse por su deseo de permanecer cerca de la frontera española, aunque inquietos por la revuelta situación internacional. Manuel Castillo era consciente de ello, como también que la estancia en suelo francés no era segura y no descartaba abandonar pronto ese país. De ahí su celo por preservar la documentación que acreditaba la identidad y datos profesionales de la familia, en la confianza de que esa información era primordial para buscar trabajo.

Asimismo, es preciso indicar que en su estancia en tierras francesas contaron con la inestimable ayuda de la masonería, a la que pertenecía Manuel Castillo. Eso al menos se desprende de la deduce del testimonio de su hijo:

En Toulouse nos llevaron a toda la familia a una especie de residencia colectiva. La francmasonería nos llevó a un pueblecito llamado Auterive donde permanecimos hasta que se declaró la guerra europea a inicios de septiembre de 1939. Entonces se disolvió aquello y cada uno tuvo que arreglárselas como pudo. Nos trasladamos de nuevo a Toulouse. Mi hermano, ingeniero, encontró empleo, no de ingeniero sino de delineante en la fábrica de aviones de Toulouse. Yo tuve que buscar trabajo donde pude y estuve manejando un camión de siete toneladas cargado unas veces de chatarra, otras de cemento, hasta que encontré empleo de lavacoches en un garaje. Conmigo trabajaban el nieto del maestro Bretón, Hernández Bretón; el nieto de Blasco Ibáñez y un actor que yo no conocía en España que se llamaba Blanco, todos lavando coches (dieciocho vehículos al día).

El exilio y sus consecuencias laborales, en este caso para todo el entorno familiar. Los hijos tratando de buscar trabajo y el padre, ya con 69 años, se descartaba en ese objetivo. Ingresos que, si bien aliviaban la maltrecha situación económica, no les permitía salir de la precariedad que les había tocado vivir, estando cada vez más convencidos que más pronto que tarde tenían que abandonar Francia y buscar acomodo en algún país de América Latina, a ser posible el que mayores facilidades había dado hasta entonces a los refugiados republicanos: México.

Planteamiento que se potenció ante el recrudecimiento de la Guerra Mundial y las oscuras perspectivas que se extendían ante la ocupación de Francia por Alemania. Finalmente, tomaron la decisión de gestionar el pasaje hacia ese país. Afortunadamente antes de salir de España sacaron visados para poder viajar a diferentes naciones: Cuba, México, Colombia, Chile, etc., documento que les facilitaba las gestiones. Estas les llevaron a visitar Marsella y París hasta que, tras un largo trienio en suelo francés, pudieron zarpar rumbo a América.

Salimos mi padre, mi hermano y yo en un barco que fue fletado por una sociedad americana de judíos y ahí fuimos 500 judíos y 112 españoles rumbo a México. Los judíos tenían dinero, pero no visados, y nosotros teníamos muchos visados. Pudimos de esa forma lograr el dinero, pasaje y salimos vendiendo todo lo vendible. Llegamos a Veracruz el 14 de abril de 1942. Mi madre y hermanas se habían quedado en Toulouse, pero tuvieron la suerte de que, en el barco siguiente, fletado por la Junta de Ayuda a los Republicanos Españoles (JARE), pudieron partir para México, de manera que el mismo día que nosotros desembarcamos en Veracruz, embarcaban ellos en Marsella. Al mes siguiente nos reunimos todos.
Alcanzaban tierra firme mexicana precisamente en el aniversario de la Segunda República española, 14 de abril. Coincidencia que hacía presagiar nuevos tiempos para la familia de Manuel Castillo. Etapa en que no les resultó complicado encontrar trabajo, recibir ayudas de organizaciones asistenciales republicanas como la referida JARE y, sobre todo, reencontrarse con otros españoles en similares circunstancias que llevaban tiempo en México y no dudaron en ayudarles. Nuevos tiempos para esta familia, que como otras tantas españolas halló en este país la estabilidad y sosiego que les faltó en Francia. Iniciaban una nueva andadura en su destierro que afortunadamente fue bastante más llevadera que la vivida en sus comienzos que, en el caso de nuestro protagonista, Manuel Castillo, se prolongó hasta su fallecimiento en 1964.

4. EL CATEDRÁTICO Y POLÍTICO JOSÉ GIRAL PEREIRA

Tuvo en común con Manuel Castillo su profesión de docente, el sentimiento republicano y conocer bien la provincia de Cáceres por proceder su mujer de ese territorio español. También su destino como exiliados: México. Pero hasta que esto último se produjo cabe señalar que nos hemos acercado a conocer algunos pasajes de su vida a través del testimonio de uno de sus hijos: Francisco Giral González, que tuvo a bien dejar el testimonio escrito de las vivencias de su padre tanto en España como en tierras mexicanas (Giral, 2004).

Pero antes de adentrarnos en algunos de sus contenidos, es preciso hacer algunas referencias a la vida de Giral Pereira. Nació en Cuba en el último tercio del siglo XIX y a edad temprana se trasladó a España. Alumno aventajado en los estudios de las licenciaturas en Ciencias (Química) y Farmacia, tras concluirlas se doctoró en ambas especialidades en 1905 (Chaves, 2012, pp. 195-216). En este último aspecto cabe destacar su amistad con el catedrático de Latín, Pedro Urbano González de la Calle, hijo del conocido krausista extremeño, Urbano González Serrano. Fruto de esa relación pudo conocer a la cacereña María Luisa González, cuñada de referido catedrático, que se convertiría en su mujer y con la que tuvo cuatro hijos. En los años veinte se trasladó a Madrid en donde instaló una farmacia y se granjeó la amistad de numerosos republicanos, con los que colaboró en las labores de oposición a la dictadura de Primo de Rivera (Chaves, 2016, pp. 159-188).

4.1. Ministro y presidente del Gobierno de España

Con el advenimiento de la República en abril de 1931, salió elegido diputado a Cortes, siendo nombrado meses después ministro de Marina, cargo que desempeñó hasta septiembre de 1933. Volvió a ocupar ese puesto tras ganar las elecciones de febrero de 1936 el Frente Popular (Chaves, 2014, pp. 163-187). Por tanto, estuvo en primera línea política hasta la insurrección de julio. Sublevación militar en la que Manuel Azaña, en calidad de presidente de la República, le nombró jefe del Gobierno. Eso sucedía el 19 de julio de 1936 y a partir de entonces su actividad fue frenética, hasta el 4 de septiembre que le relevó en el puesto Francisco Largo Caballero (Chaves, 2013, pp. 11-60). No obstante, siguió en el ejecutivo como ministro sin cartera, estando presente en el Consejo de Ministros durante toda la contienda armada.

Responsabilidad como ministro de la república en que siempre procuró estar muy próximo al presidente de la república y correligionario Manuel Azaña. Cercanía que se acentuó a medida que se acercaba el final del conflicto armado y se precipitaba la derrota republicana. Así, tras la pérdida de Barcelona a fines de enero de 1939, decidió acompañar a Azaña a su exilio en Francia (Chaves, 2015, pp. 227-348). Allí consiguió trasladar a toda su familia y poco después de finalizar la contienda armada en España, pudo embarcar hacia México, destino en que arribó a bordo del Flandre el 1 de junio de 1939.
Su presencia política no acabó en el exilio, pues en 1945 se constituyó el primer gobierno republicano español en el exilio (hasta entonces funcionaba una comisión gestora dirigida por Diego Martínez Barrios, en calidad de presidente de la Comisión permanente de las Cortes de la República), que fue presidido por José Giral (Chaves, 2015, pp. 89-104). Desde esa responsabilidad vivió meses de esperanza de cambio, ante el rechazo, en 1946, por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de la entrada de España en este organismo internacional y su recomendación de la retirada del país de los embajadores.
Medidas que provocaron el aislamiento del régimen franquista y fomentaron la posibilidad de su derrocamiento. Sin embargo, esas esperanzas de cambio no se fraguaron y presentó su dimisión al frente del ejecutivo al iniciarse 1947. Ese desenlace conllevó su paulatino alejamiento de la política y la vuelta a la actividad docente e investigadora en la Universidad Nacional Autónoma de México, hasta su muerte el 23 de diciembre de 1962.

Vida intensa sobre la que abundaremos en algunos de sus pasajes gracias al testimonio de su hijo Francisco. Como punto de partida exponemos a continuación la defensa a ultranza que de la República española le hacía su padre, así como las vivencias y problemas fundamentales que aquejaron a este régimen en España:

[…] No me arrepiento de nada de lo que hice, teniendo en cuenta mis circunstancias. No cedo a nadie primacía en los sacrificios de toda índole que me costó contribuir a proclamación de la Segunda República, trabajando por lograr su advenimiento, conspirando todo lo que hizo falta –siempre de forma incruenta- y sufriendo las consecuencias. Mi gran ilusión fue un gran partido republicano, de intelectuales humanistas, liberales, progresistas, presidido por una gran figura como don Miguel de Unamuno. Cuando se resistió a aceptar esa misión, soñé con que la República del 31 pudiera prescindir de don Miguel. Tampoco se pudo: creo que ahí perdimos grandes oportunidades. Si no pude convencer a don Miguel para aceptar la dirección del partido republicano intelectual, tuve la fortuna de encontrar a Manuel Azaña que cumplió esa misión con gran brillantez y a la altura de las circunstancias. Después, la obra legislativa y gobernante de Azaña, al frente del gobierno durante el primer bienio, me parece uno de los esfuerzos mejor logrados para colocar a España a nivel adecuado de un Estado moderno (Giral, 2004, p. 200).

Consideramos esta declaración una auténtica exposición de principios de este republicano español que no duda en hacer un alegato de las esencias que inspiraron a este régimen en la primera mitad de los años treinta. Depositó su confianza en que fuera conducido por personajes ilustres como Unamuno, al que conoció durante sus años en Salamanca, aunque finalmente lo lideró su amigo y correligionario Azaña. Sobre esto último cabe decir que le conoció en 1916, tras desplazarse a Madrid para asistir al mitin de las izquierdas en la Plaza de Toros a favor de los aliados, en la Primera Guerra Mundial, siendo Azaña uno de los organizadores del acto (Juliá, 1999, p. 64-67).

Sin embargo, fue a partir del desarrollo de las labores de oposición a la dictadura de Primo de Rivera en los años veinte, cuando profundizaron en un conocimiento recíproco que les hizo compartir fraternidad, militancia y praxis política. Ambos fueron protagonistas de la fundación de Alianza Republicana a principios de 1926, reconociendo que fue Giral quien le inició en política, y no solo en esa práctica sino también la persona que le condujo a la masonería, en la que Azaña ingresó en el año 1931.

Entendimiento recíproco que se prolongó hasta la muerte. Así cabe entender la noticia que exponemos a continuación recogida en México por el Diario España Republicana, que en su edición sabatina del 25 de enero de 1941 ofrecía el siguiente titular: “Don J. Giral deja de actuar en política”, informando que:
El día que llegó a México la noticia de la muerte de Manuel Azaña, el expresidente del Consejo, ex ministro de Estado y Marina, José Giral Pereira, comunicó a todos los organismos españoles relacionados con la causa de nuestro país, que se apartaba de ellos para consagrarse exclusivamente a sus tareas científicas en las que alcanzó un alto prestigio dentro y fuera de España. Una vez en México, Giral integró, junto a Prieto y Andreu, la delegación de la JARE. Su intachable conducta de siempre, integridad moral, la autoridad personal que se le reconoció en todo instante no impidieron que en la campaña lamentabilísima que algunos elementos realiza, con título de republicanos, cayesen sobre Giral los peores insultos y las más desbocadas injurias. Se comprende que, en su ánimo de hombre refractario a las luchas, causaran estas injusticias una tremenda depresión. Por esto, sin duda, al conocer la muerte de Azaña consideró liquidado el último motivo de índole personal que le obligaba a una actuación tan generosa y tan mal recompensada. Para la causa de la República Española es una dolorosa pérdida su decisión.

En este sentido es preciso aclarar que Azaña había fallecido en Montauban (Francia) el 3 de noviembre de 1940 y que esa decisión mostraba la estrecha relación existente entre ambos. Giral introdujo a don Manuel por los derroteros políticos y ese compromiso evitó su abandono de la cosa pública en diversas ocasiones. Entendió que la lealtad inquebrantable mostrada durante tantos años se quebraba con su muerte. Sin embargo, esa declaración de intenciones no se cumplió, pues en el verano de 1945 fue propuesto en México como primer presidente del Gobierno de la República en el exilio y aceptó. Entendió que aún podía prestar un último servicio a su país y, como hombre de bien y comprometido, no dudó en asumir el reto.

Pero retomando el testimonio de su hijo, otro pasaje de la peripecia vital de su padre especialmente interesante nos sitúa en el complicado agosto de 1936 en Madrid. Era el presidente del Ejecutivo y España llevaba un mes de guerra civil, con un agravante en su caso: no tenía a su lado a ningún miembro de su familia que se encontraba de veraneo en la sierra madrileña, en la zona de San Rafael que estaba bajo control de los insurgentes 3. Francisco, que acompañaba la familia en la sierra, afirma lo siguiente:

El 23 de julio, a las 12 de la noche, sin conocer la situación de los frentes más que por los bombardeos de la aviación, salimos en riguroso silencio por la parte trasera que daba al pinar pues la delantera estaba vigilada. De noche y descalzos para no meter ruido atravesamos las filas rebeldes por los cerros más solitarios del Guadarrama y se desviaban por senderos si escuchaban hablar, siempre conducidos por mí (gran conocedor de Cerro Valiente). Llegamos a las ocho de la mañana a Peguerinos y al saltar a la última cerca salieron tres fusiles apuntándonos ¿Quiénes son ustedes? La mayoría se quedó inmóvil. El tío Urbano gritaba espantado con los brazos en cruz. ¡No disparen! ¡Somos gente de paz! Preguntamos, ¿pero quiénes sois vosotros? Y en cuanto dijo “Frente Popular”, saltamos todo el grupo después de diez horas de andar campo traviesa y en la oscuridad. Eran tres pastores a quienes una tropa republicana recién entrada en Peguerinos, al mando del capitán Sabio, les acababa de dar fusiles. El capitán ordenó que uno de los autobuses nos llevase a El Escorial y le pedí al alcalde que nos comunicara con mi padre que estaría en el ministerio de la Guerra. En efecto, de inmediato hablamos con él, especialmente mi madre, y a petición suya el mismo autobús nos llevó hasta Madrid.

Interesante testimonio que nos muestra cómo toda la familia corrió el serio riesgo de caer en poder franquista, sin embargo la fortuna evitó ese desenlace. Giral era conocedor del peligro que corrían en la sierra y ello le quitaba el sueño. Preocupación que procuró llevar como mejormente pudo en medio de una guerra fratricida que le exigía, como presidente del Gobierno de la República, poner sus cinco sentido en el complicado día a día que debía afrontar, pero sin olvidar ni un minuto el paradero familiar. Su reacción al saber que estaban a salvo lo dice todo:

María Luisa, mi mujer, me llama por teléfono ya desde casa, estando en esos momentos en el ministerio de Defensa hablando con el escritor y aviador francés André Malraux (se lo recordaba el año 1946 en París cuando le vi), y me da un pequeño desmayo al oír la voz de mi mujer, les cuento lo que me pasa, me felicitan y me voy enseguida a casa a darles un abrazo 4.

Tras esta experiencia, todo el núcleo familiar de Giral se implicó en la defensa de la República mediante el desarrollo de actividades de diferente tipo. Su mujer e hijas siempre le siguieron en sus diferentes destinos desempeñando labores asistenciales, mientras que sus hijos, Antonio las de médico en sanidad y el mayor, Francisco, desarrolló sus funciones de químico en el ejército.

4.2. Exilio en Francia y México

Y precisamente la salida de España de este último nos permite conocer otra de las experiencias familiares más amargas vividas por José Giral. En concreto, la actividad profesional de Francisco como químico propició que impulsara una fábrica química de guerra en zona republicana durante la guerra civil, primero en las proximidades de Madrid (en San Martín de la Vega) y sobre todo en la localidad de Cocentaina (Alicante), en la que permaneció hasta el final de la contienda, incluso arriesgando su integridad física.

Uno de los que acompañó en las trágicas últimas semanas de guerra civil fue el farmacéutico Dr. Vázquez Sánchez, que desde Francia escribió a Giral a mediados de marzo de 1939 para informarle de la situación de su hijo:

Le escribo unas letras para comunicarle primero el paradero de su hijo. Quedó en Cocentaina en perfecto estado de salud y aunque pudo haber salido con nosotros prefirió, con gran altura de miras, evacuar primero a los amigos y salir él después. Nosotros le hemos insistido por todos los medios en la necesidad de que salga cuanto antes pues pueden ocurrir cosas imprevistas o precipitarse el derrumbamiento. Nuestra intranquilidad se encuentra algo contrarrestada por habernos asegurado el tener salida por avión a Toulouse, medio más seguro que el nuestro y que le deja cerca de todos ustedes. Sin embargo, convendría que le acuciaran algo pues sin estar nosotros temo vuelva a su confianza suicida que tanto nos costó a todos hacerle perder 5.

La recepción de esta misiva en la segunda quincena de marzo de 1939 debió inquietar sobremanera a la familia Giral, pues su hijo no había salido de España y esa estancia era tremendamente arriesgada dada la negativa evolución de la contienda armada para la República. Se encendieron todas las alarmas y a buen seguro que su padre multiplicó los contactos para evitar algún desenlace desagradable. Afortunadamente se consiguió que abandonara a tiempo su destino:

Salió de España el último día de marzo de 1939, tras un aviso telefónico que le dieron amigos de Alicante diciéndole que partía a las pocas horas el último barco. Tomó su bicicleta y llegó al puerto cuando ya iba a zarpar. De milagro se salvó pues ya toda la población estaba en poder de los falangistas. Le llevaron a Marsella y le metieron en el campo de concentración Argelés-sur-mer. Pude liberarle y traerle a París 6.

La buena noticia de la llegada de Francisco fue celebrada con alborozo por una familia que ya estaba preparando el abandono de Francia y el viaje a México. Su vida pendió de un hilo, sobre todo cuando se conoció el derrumbe total de la República y la terminación de la guerra el 1 de abril de 1939.

Afortunadamente pudo vivir para contarlo. Peripecia que pone de manifiesto que lejos de aliviarse los problemas de los exiliados republicanos con su salida de España, estos se acrecentaron si cabe con mayor dimensión, siendo un claro ejemplo la experiencia sufrida por José Giral con su hijo mayor.
Este pudo ser liberado del centro penitenciario en que estaba recluido en Francia, al parecer no por la intermediación de su padre, como se indica en el testimonio anterior, pese a recurrir con ese fin al mismo jefe del gobierno francés, sino por otra intermediación, según señala Francisco Giral:

Mi suegro estaba modestamente instalado en la localidad francesa de Carcasona y entabló amistad con el jefe de policía, hasta el punto de que consiguió un laissez-passer para mí, y con la ayuda de un amigo francés que tenía coche fue hasta Argelés a sacarme legalmente. Cuando salgo voy a Carcasona con él, y mi padre vino de París a buscarme para plantearme ¿Qué hacemos?7

José Giral era un declarado francófilo y su deseo era permanecer tanto él como toda su familia en tierras francesas, según declaró a su primogénito:

Creo que la defensa de la libertad en el mundo está al lado de Francia. Yo he estado en este país siempre y creo que mi obligación, y lo he comentado con amigos republicanos, es que nos debemos quedar porque Francia va a ser invadida –preveía que los nazis iban a invadir Francia enseguida, como así sucedió– y tenemos que estar al lado de este país y de la ideología republicana francesa 8.

Afirmación que no agradó a su hijo, que no dudó en contestarle, en lo que consideró “una de las reacciones más violentas con mi padre, de altura, pero sin llegar a nada personal”, en los siguientes términos:

Yo no pienso eso; sino todo lo contrario, y además, que lo vengas a decir tú, que te han engañado como jefe del Gobierno, que te han traicionado los políticos franceses y hasta políticos que se dicen más de izquierdas que tú ¡Si quieres quedarte al lado de todos estos traidores, que te van a seguir engañando y traicionando, quédate! Yo, y no solo yo sino también la gente de mi generación, pensamos que en Europa no tenemos nada que hacer. Nuestro destino está en América y en los países de habla española de ese continente 9.

Contestación contundente que debió tener sus efectos, pues lo cierto es que, tras esta conversación entre padre e hijo, se decidió abandonar Francia y partir cuanto antes toda la familia para América. El destino sería México, país que desde inicios de la guerra civil había mostrado su apoyo a la República española y había dispensado, como ya hemos indicado, un grato recibimiento a los refugiados hispanos. No obstante, no todo fueron agasajos y reconocimientos, pues también hubo sectores sociales mexicanos que mostraron abiertamente su rechazo a la llegada de los exiliados españoles. Así lo pone de manifiesto la información de cierta prensa, según el testimonio de Francisco Giral tras arribar a bordo del vapor Flandre, junto a su familia, en el puerto mexicano de Veracruz semanas antes de iniciarse el verano de 1939:

En Veracruz no recuerdo ningún recibimiento especial. Uno de los que venían en el Flandre, barco que nos trajo desde Francia a más de trescientos pasajeros, era Carlos Velo, director de cine, del que había sido muy amigo desde la época de estudiantes. Y recuerdo que, tras llegar, sentado con la familia en los portales de la plaza de Veracruz, delante del Hotel Diligencias, vino Carlos Velo con un seminario publicado en México y denominado la Reacción que en uno de sus artículos nos ponía verdes a los republicanos españoles. Nos llamó la atención cómo esta gente reaccionaria nos acusaba de llegar al país con el propósito de conquistarlo, que íbamos armados y no sé cuántas cosas más. Y nos acusaban marxistas, judaico, masones y aztecas. Bueno, así nos recibieron […] 10.

Testimonio que, independientemente de la intencionalidad de ese rotativo, pone de manifiesto que no todo fueron parabienes y acomodo para los refugiados, al existir una parte de la población mexicana, generalmente identificada con posiciones conservadoras, que no ocultaba mostrar su rechazo. Y en ese sentido conviene tener presente que en esa expedición viajaba José Giral, expresidente y ministro del Gobierno de España que una jornada antes de desembarcar en Veracruz avisó de su inminente llegada: “llegamos Flandre miércoles existen pasajeros indigentes. Saludos”.

Ponía en aviso de la situación de los viajeros, estado comprensible tras un viaje tan largo y el estado físico tan precario que venían arrastrando la mayoría de los viajeros desde hacía tanto tiempo. Le recibió Alfonso Reyes, un diplomático buen conocedor de España, escritor y presidente de la Casa de España en México, que atendió a Giral con deferencia. Las primeras sensaciones, por tanto, más allá de informaciones como la anteriormente referida, eran satisfactorias y pronto Giral pudo comprobar que su presencia, lejos de pasar inadvertida, acaparaba la atención de periodistas mexicanos presentes en el desembarco, pues no en vano era el político republicano español más distinguido que llegaba a México.
Eso era de dominio público entre los periodistas que sin demora procedieron a entrevistarle. Poco interesaba su estado físico tras el largo viaje, lo importante era su presencia y las declaraciones que pudiera efectuar, que en línea con su prudencia habitual no resultaron llamativas según exponemos a continuación:

Los refugiados españoles no venimos a hacer política, ni a hablar de política. Somos respetuosos de la hospitalidad y las leyes mexicanas. Por eso no abordaremos posiciones políticas. Venimos a trabajar, a colaborar dentro de nuestras modestas posibilidades en el progreso de este gran pueblo y nuestra ocupación fundamental consiste en corresponder con labor constructiva la generosidad del pueblo mexicano 11.

Manifestaciones alejadas de cualquier maximalismo y orientadas a dar muestras de agradecimiento a la nación mexicana por haberles acogido en su país. Como hombre de Estado trataba de alejarse de cualquier veleidad y encaminar sus palabras a mostrar al pueblo mexicano que los españoles no llegaban para hacer política sino para tratar de rehacer sus vidas tras años de enfrentamiento y no menos sufrimiento. En ese convencimiento llegaba a México este sexagenario que vivió en este país la última etapa de su vida (falleció en 1962).

Experiencia que compartió, ahora más que nunca, en compañía de su familia. Años en que volvió a impartir docencia y practicar la investigación como químico, en que no le faltó trabajo ni a él ni a sus hijos 12, en que también conoció, pese a su rechazo, el regreso al primer plano de actividad política republicana a mediados de la década de 1940. Vivencias, en suma, que forman parte de otra etapa de su vida diferente, de una existencia en que no volvió a visitar a su querida España pese a llevarla en su corazón durante el resto de sus días.

5. CONCLUSIÓN

En suma, aunque podríamos abundar con mayor profusión sobre los dos personajes analizados en este trabajo, consideramos que los contenidos expuestos son suficientes aclaratorios para dar a conocer algunas de sus experiencias más significativas, por lo demás bastante comunes a las que vivieron muchos republicanos en la guerra civil e inicios del exilio. Acercamiento que ha sido posible gracias a la utilización de unos fondos documentales, testimoniales y bibliográficos que en conjunto aportan conocimientos sobre esas experiencias vitales absolutamente pertinentes, al menos desde una perspectiva historiográfica.

Eso, al menos, es lo que hemos pretendido aportar en este trabajo, en que se muestra con toda su crudeza el tremendo desgarro que supuso en la sociedad española el enfrentamiento bélico de 1936. Una guerra fratricida que enfrentó a unos españoles con otros y acabó con el sistema democrático vigente durante la República, que defendieron con todas sus fuerzas tanto el profesor Castillo como el político Giral. Ambos se involucraron en la contienda armada, el primero desde posiciones de retaguardia y el otro en primera línea, al formar parte de todos los gobiernos republicanos durante el conflicto armado.
Ambos permanecieron en esos tiempos turbulentos al lado de sus respectivas familias, que igualmente se involucraron en la defensa de la libertad frente a la sublevación militar. Deriva que determinó, tras la derrota republicana, su salida de España. Un destierro obligado por las circunstancias que en ambos casos tuvo como primer destino Francia, para después terminar, de forma definitiva, en México.
No volvieron a su país. Se lo impidió el régimen dictatorial implantado en 1939 por los militares vencedores de la contienda armada. Les quedó el recuerdo, la memoria de un tiempo de esperanza y turbulencia, del que los dos protagonistas fueron testigos directos. De ahí lo pertinente de recuperar sus vivencias, en el convencimiento de que, salvando las lógicas diferencias, son generalizables a la mayoría de los españoles que sufrieron similar situación.

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  1. Citamos entre estas publicaciones: «Análisis Gramatical, o Primer Curso de Gramática Castellana», editado en 1899, utilizado como libro de texto en varios institutos; «Clasificación bibliográfica decimal», en el que desgranó su experiencia como bibliotecario; «Libro de las Claras e Virtuosas Mujeres de Castilla, por el condestable D. Alvaro de Luna, maestre de Santiago de la Espada», edición crítica de este libro, que fue editada en 1908, y en la que puso de relieve su erudición y cultura.
  2. . La entrevista fue realizada por María Luisa Capella, en el domicilio particular de Manuel en México D.F. los días 30-XI-1978 y 4-I y 28-II-1979. Tiene referencia de depósito PHO/10/10, Biblioteca “Manuel Orozco y Berra”, habiéndonos sido facilitada por el Servicio de Historia de la Universidad de Lérida (España).
  3. Al parecer se encontraban en San Rafael la esposa de Giral, su hijo mayor Francisco, la mujer de este y una hija de año y medio; las hijas solteras María Luisa (14 años) y Conchita (8)
  4. Archivo Histórico Nacional de España, Sección Diversos, José Giral, Legajo 8
  5. Esta carta tiene fecha 16-III-1939 y fue expedida en Orleansville (Argelia). Archivo Histórico Nacional de España, Sección Diversos, José Giral, Legajo 16, Carpeta 17.
  6. Archivo Histórico Nacional de España, Sección Diversos, José Giral, Legajo 8
  7. Centro Documental de la Memoria Histórica en Salamanca (en adelante CDMH), PHO 10 ESP 27-1-0161, p. 153.
  8. Ibidem, p. 164.
  9. Ibidem, p. 165.
  10. Ibidem, pp. 179 y 180
  11. Diario La Nación, 4-VI-1939. Citado por Matesanz, J. A., 1999, p. 389.
  12. Desde inicios del exilio mexicano, Giral desempeñó la docencia en el Instituto Politécnico con una paga de 600 pesos mensuales; y en cuanto a sus dos hijos: Francisco trabajó por cuenta de la Casa de España en el Laboratorio del Instituto de Enfermedades Tropicales, percibiendo igual salario que su padre, y Antonio fue gerente de los laboratorios farmacéuticos que organizó el SERE con José Puche a la cabeza. AHN, JG, Legajo 8.