1. EL GORDO WILLY 2 (FRAGMENTOS)
1.1. Canto I
El Gordo Willy fue y será un presagio. Oráculo mudo de los ’80. Medía más de un metro noventa. Pesaba más de doscientos kilos.
Profundamente tristes eran sus ojos azules. Tremendamente crispadas sus pestañas.
Y esa expresión embelesada, melancólica, yuxtapuesta a lo que suponíamos era una epifanía o una implosión del alma.
Ucronía de una historia bastarda e ignorada.
Tres blancos en la mirada. Aura violeta en su enorme cabeza.
Sudaba hasta en invierno.
Dicen que fue hijo de un viejo soldado irlandés-australiano-americano alcohólico y romántico, que peleó en Vietnam.
Su madre una aristócrata venida a menos después de la Revolución del ’91.
Dicen que alguna vez fue un niño. Un niño feliz. El protagonista de una película que jamás filmó.
Que aquello fue el principio de su ruina y el comienzo de un odio inexplicable hacia Chilectra y sus operadores siniestros.
A quienes, en sus tardes desesperadas de ocio, arrojaba piedras o botellas vacías. Como a sus vecinos, restos de comida hindú, desechos orgánicos, sin tener ningún motivo.
El Gordo Willy era orgánico, reciclable, ecológico. Como nuestras vidas en aquella época. Cuando el mercado era un pequeño monstruo y El Mercurio servía para forrar tarros de basura.
Nadie dio las gracias por el sustentable acto de su demencia.
El alzamiento de la pira mortuoria, en el antejardín de su casa. Incidente del que nadie se acuerda.
Perdió la fe en el futuro, la esperanza en el porvenir, en el progreso y la revolución permanente.
Despreció su belleza, su materia prima, su esencia.
Volcó su frustración hacia el estudio de ciencias esotéricas. Hacia cosmogonías que jamás comprendió.
Promesa de un paraíso vegetal, sexual y hedonista. Así se vistió de azafrán, se rapó y nunca más comió carne.
Salió en busca de la gacela implume, pero con la idea del tonel en la cabeza.
Olvidó su lengua materna, su número de carnet. Olvidó a sus amigos de la infancia, que también lo olvidaron a él.
Yo no me olvidé del Gordo Willy.
Su fantasma me persigue hasta estos días de dispersión y locura. Su presencia inefable e incombustible.
El misterio de su humanidad descomunal, innegable e inconfundible.
No le conocimos mujer (ni perro ni gato). No le conocimos profesión ni oficio.
Ni siquiera lo escuchamos hablar. Solo musitar el mantra, la tautología. Conjuro contra la realidad repugnante. Nunca reveló su verdadero nombre. Nunca nos dio su opinión sobre política, moral o economía.
El Gordo Willy era solo presencia.
Como presencia es una estación de tren abandonada.
Como evidente el cadáver de un perro en la autopista.
Él era una pequeña montaña de grasa. De la grasa agradable, que se ofrece a Dios. Árbol tutelar de la poesía, en medio de un Santiago gris y vigilado.
Aunque, la verdad sea dicha, nos era indiferente. Lo mirábamos con el rabillo del ojo, como en sueños, contra un escenario lleno de niebla. Desde lejos apenas lo veíamos venir.
Su cuerpo copaba los espacios (su cuerpo en fuga): piel lechosa, tez escocesa o irlandesa o australiana o nada que se le parezca.
Delicada destreza al tocar la campanilla en la ceremonia mística. Largos dedos hundidos en el prasham.
Silencio total, poco habitual e incomprensible.
El báculo que sostenía su estampa de profeta, y nosotros esperando la revelación que diera sentido a nuestros días.
La profecía que jamás profetizó. El libro de verdades que jamás escribió, su autobiografía, sus obras completas.
El Gordo Willy, extraviado del olvido y de toda alteración de la memoria.
Solo grosor y transparencia. El grosor transparente de su recuerdo. Su recuerdo en fuga. Su evocación transmutada en el imaginario de mí.
Coloidal.
Porque tu muerte fue un acto auténtico.
La estupidez aquella de la madre patria, la puta madre. La travestización de todos los signos.
Mi patria, Gordo Willy, en mugrosos doscientos años de historia, que celebramos con histeria. De haber perdido las elecciones y el reino, y entregar la solemnidad a los políticos, que son los verdaderos dueños de Chile: de ti, de mí, de la patria privada.
Los que, para variar, tampoco te recuerdan, ni estuvieron en tus exequias.
Tres días de duelo oficial decreto en esta soledad.
Todas las banderas a media asta.
que ze corrijan las faltas de ortografía en tu onor.
Porque fuiste espontáneo como un atentado explosivo.
Porque los niños tenían miedo al verte pasar.
Porque te perdías en el naranja del atardecer.
Porque estabas desnudo en medio de la lluvia.
Porque eres solo un mito particular.
Una proyección.
Un reflejo.
1.2. Canto III
Cuando el anonimato copó tu horizonte, huiste un día de ti mismo, hacia la prueba de cámara, con la ilusión del reconocimiento general.
Jamás intuiste los peligros de la fama y su vacío.
Creías que te adoraban, cuando en verdad solo les interesaba la venta de tu imagen colosal, para el comercial de comida de perros.
Y así embaucar a tristes obesos, con aquella máquina, que durante tres minutos al día, devuelve la belleza o el paraíso que fuimos alguna vez.
Eras el personaje freak del video musical y el chiste de mal gusto.
Te vendiste sin dar lucha por unas mugrosas monedas, que tampoco llegaron a tus bolsillos, esfumándose en los múltiples descuentos de la Tesorería General de la República.
Cobro fantasma, intereses caníbales e impuestos de la productora de mentiras.
Cuando saliste a la calle, la gente te pegó la desconocida. La copia de tu imagen fue violada una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, hasta volverla en tu contra.
Se te veía por aquellos días sentado en los paraderos de micro, hundido en los tablones, con la mirada triste tras el rotundo fracaso de tu éxito. Sumergiéndote dentro del atardecer sobre la ciudad rugiente.
Horas y horas esperando el regreso al hogar, con la ilusión de apenas dormir y escuchar viejas canciones en la radio toda la noche.
Cuánto héroe desconocido, llegando a última hora a tu capilla-paradero, a unirse a tu plegaria.
Craso el poeta, anticristo el filósofo, el guaripoeta iluminado y el cojo. El hombre bolsa de basura, símbolo de la resistencia. El viejito sin dientes, que tarareaba y tarareaba tangos en 11 de septiembre con Pedro de Valdivia. Centinelas indigentes.
Toda esa multitud de perdedores, santos, sabios. Toda esa tracalada de inocentes. Todos esos artistas frustrados.
Yo, el peor de todos.
Detente ahora, bajemos al Drugstore, Gordo Willy, al café aquel donde los intelectuales beben su cortado y comen sus galletas, mientras se vigilan unos a otros.
Compremos joyas de fantasía. Compremos libros de autoayuda y seamos felices. Una vez que sea.
Vamos a reírnos de los otros, del infierno, seguros de nuestra propia miseria. Convencidos de que la mediocridad es un baluarte de la libertad.
Compremos discos de vinilo para estar a la moda.
Porque somos libres. Libres de denostar a nuestros enemigos. Libres de sentirnos mejores que el resto. Libres de nuestra soledad. Libres en nuestros prejuicios.
Sembremos la paz será mejor, caminando entre las mesas, pidiendo una moneda solidaria para la construcción del templo que nunca quisiste erigir.
Porque tu cuerpo era tu templo. Una basílica inundada de grasa vegetal. Un monolito aromático y fofo.
Vamos, Gordo Willy, amigo, déjame invitarte al Baquedano a comer italianos o papas fritas. A sentarnos junto a la célula para crear el mundo nuevo.
Vamos sin miedo al ridículo, sin temor a que nos asesinen con sus miradas de reprobación. A esos boliches donde no importa quiénes somos y es fácil iniciar una conversación.
Vamos a comer lomitos y a tomar un metro cuadrado de pilsen con la poeta Yolanda Lagos, que nos recitará “Permanezco”.
Comeremos cadáver, beberemos cadáver, seremos zombis, caminando por la Alameda. Recitando versos zombis que no morirán jamás.
Al diablo la castidad, amemos a las putas de Bustamante, a las niñas del cabaret que nos darán cariño gratis.
Abrirán sus escotes para que, recostados sobre sus pechos tremendos, les contemos las ensoñaciones de nuestra vida. Todos los fracasos del alma.
Ven, amigo querido, vamos a mamar el licor de esas tetas maravillosas.
Crucemos el río y construyamos nuestro castillo de cristal en el parque Forestal, y Marcelo Jarpa, “el poeta del parque”, nos recitará sus mejores IQ.
Escuchará nuestros dramas y orará por nosotros. Un hermoso rosario para que la paz vuelva a nuestros corazones.
Lo sé, la policía civil nos caerá encima, nos pescará volados, tirados sobre el pasto mirando pasar las nubes; como un par de idiotas contemplando sueños.
Nos registrarán, nos torturarán. Nos darán una charla sobre el consumo de drogas, para que enmendemos el rumbo.
Seremos buenos entonces. Pediremos monedas en la calle con el Negro Castillo.
Subiremos por Apoquindo, aunque se burlen al vernos peatones y miserables.
Misericordia. Misericordia por aquellos cuerpos henchidos. Misericordia por los farsantes que lograron trepar hacia los altares de la fama y ahora rigen la cultura de este país.
—¡Levanta tu cayado!—.
Abre el pavimento para que los reptiles devoren a la multitud, que celebra el triunfo de la Selección quemando la ciudad.
La Selección, el único lugar donde somos todos chilenos.
Abre las montañas para que los mares borren las miserias de este país.
Golpea la roca y haz manar Coca-Cola y pisco para el pueblo.
Que mueran ahogados en la fiesta.
Ahogados en su alegría estúpida.
Que se jodan todos.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
– Arabuena, F. (2021). El gordo Willy: una denuncia en clave poética. En Cine y literatura. Recuperado de: https://www.cineyliteratura.cl/critica-el-gordo-willy-una-denuncia-en-clave-poetica/
– Arabuena, F. (2021). Entrevista al autor de “El Gordo Willy”, poeta Juan Pablo del Río: “La vida es bastante absurda en sí”. Culturizarte. Recuperado de: https://culturizarte.cl/entrevista-al-autor-de-el-gordo-willy-poeta-juan-pablo-del-rio-la-vida-es-bastante-absurda-en-si/Del
– Río, J. P. (2021). El Gordo Willy. GS libros, Santiago de Chile. 44 p.
- “El Gordo Willy es un monólogo poético, elegíaco y honesto, tal vez una última conversación, posible gracias a la mística del poema, entre Juan Pablo y el Gordo Willy, un “gordo metafísico” devenido ahora en leyenda popular. “El Gordo Willy era orgánico, reciclable, ecológico. Como nuestras vidas en aquella época. Cuando el
mercado era un pequeño monstruo y el Mercurio servía para forrar tarros de basura”.
En: Río, J. P. (2021). El Gordo Willy. Recuperado de: https://gslibros.cl/producto/libro-1/.